TM-5-historia-de-una-vocacionNací el 1 de febrero de 1935. Fueron mis padres Víctor Eliseo Castro Agreda, salvadoreño y Avelina del Rosario Chilín Ochoa, guatemalteca.

Crecí en ambiente rural y citadino hasta los doce años en que entré al Aspirantado Salesiano.

Mi padre era carpintero, pero con diversas habilidades, no le hacía mala cara a nada, fabricaba, sillas, sofás, mesas, muebles en general, carrocerías de vehículos, como se acostumbraba en aquel entonces, carrocerías de camiones, tanques de gran capacidad para recoger  agua  de abastecimiento utilizable durante el  verano. Era hombre trabajador, honradísimo, sin vicios: un tiempo fumaba solo un puro después de cena; al tiempo dejó de hacerlo. Amaba a mi mamá y la respetaba como esposa y como madre de muchos hijos. A mí me enseñó todo lo que él sabía, aprendí en teoría la carpintería y la construcción, aunque no la practiqué en vista de que entré al Aspirantado. 

presentacion

La mayoría de nosotros crecimos con la idea de que la esclavitud era cosa del pasado. 

En nuestra imaginación quedaron fijas las imágenes de barcos cargados de negros provenientes de África, llevados como mercancía hacia Brasil o Estados Unidos, donde se subastaban al mejor postor. Nos impactaban esas imágenes tristes de millones de personas negras obligadas a trabajar para los blancos en condiciones miserables.

 

De repente comenzamos a sorprendernos con la mención, al principio tímida, de casos actuales de esclavitud. Parecían exageradas las noticias. O, al menos, aberraciones humanas ocasionales que desentonaban en nuestro mundo en el que la abolición de la esclavitud estaba consagrada en los libros de historia.

 

Pero ese lado oscuro de la humanidad de hoy comenzó a agrandarse con el descubrimiento de casos y más casos de esclavitud. La punta del iceberg dejó de ser punta, para horror de todos. Resultó que la esclavitud estaba viva y coleando, nada menos que muy cerca de nosotros.

esclavitudesTodavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades – privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud.

 

Me refiero a tantos trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores, desde el trabajo doméstico al de la agricultura, de la industria manufacturera a la minería, tanto en los países donde la legislación laboral no cumple con las mínimas normas y estándares internacionales, como, aunque de manera ilegal, en aquellos cuya legislación protege a los trabajadores.

 

Pienso también en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente. En aquellos que, una vez llegados a su destino después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas. Pienso en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles, sobre todo cuando las legislaciones nacionales crean o permiten una dependencia estructural del trabajador emigrado con respecto al empleador, como por ejemplo cuando se condiciona la legalidad de la estancia al contrato de trabajo... Sí, pienso en el «trabajo esclavo».

esclavaLas chicas no piden ayuda, viven en el miedo y en la vergüenza en silencio, un silencio ensordecedor para nosotras. Últimamente, las chicas de la calle han aumentado y cada vez son más jóvenes. 

 

Tienen miedo de ser vistas. Los proxenetas les pegan si no llevan dinero a casa, tienen miedo de las fuerzas del orden y de la policía. 

 

A menudo me pregunto: ¿Qué nos dicen estas mujeres, niñas, desnudas, en nuestras calles a todas horas? ¿Qué es lo que nos dicen? ¿Qué nombre damos a los clientes que son nuestros abuelos, esposos, novios, hijos, hermanos?

titereHoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin.

 

Junto a esta causa ontológica –rechazo de la humanidad del otro– hay otras que ayudan a explicar las formas contemporáneas de la esclavitud. Me refiero en primer lugar a la pobreza, al subdesarrollo y a la exclusión, especialmente cuando se combinan con la falta de acceso a la educación o con una realidad caracterizada por las escasas, por no decir inexistentes, oportunidades de trabajo. Con frecuencia, las víctimas de la trata y de la esclavitud son personas que han buscado una manera de salir de un estado de pobreza extrema, creyendo a menudo en falsas promesas de trabajo, para caer después en manos de redes criminales que trafican con los seres humanos. Estas redes utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo.

1258179 34140996¿Quién no quiere vivir una vida plena, en excelentes relaciones con todos, llevando una vida activa a favor de los demás? 

Esta es una aspiración universal. En cambio, millones de personas ven negada esta posibilidad, porque hay quien la estorba o la impide.

 

Para que la familia humana sea tal es preciso que las relaciones interpersonales se lleven a cabo sobre una base indiscutible de virtudes sociales:  justicia, caridad, dignidad, libertad, autonomía.

 Cuando haya hombres que exploten a otros hombres, la relación humana sufre daños graves. Se trata de un crimen abominable.

 

Dios nos creó hermanos. Todos descendemos de padres comunes: Adán y Eva. Todos tenemos la misma identidad: imágenes de Dios. Nuestra tarea común es la construcción de la familia humana.

samaritanoDeseo invitar a cada uno, según su puesto y responsabilidades, a realizar gestos de fraternidad con los que se encuentran en un estado de sometimiento. Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia, o porque se desentienden de las preocupaciones diarias, o por razones económicas. 

 

Otros, sin embargo, optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos –que son tan valiosos– , como decir una palabra, un saludo, un «buenos días» o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en relación con esta realidad.

Debemos reconocer que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno. Por esta razón, hago un llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y a todos los que, de lejos o de cerca, incluso en los más altos niveles de las instituciones, son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad, sino que tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristoque se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama “mis hermanos más pequeños”.