¡No! Dios no es amigo de la muerte. Fotografía Cathopic/Exe Lobaiza Cuando nadie se lo esperaba, cuando ningún astrólogo lo había previsto en sus horóscopos, de repente se abatió sobre el mundo la pandemia del coronavirus causando miedo y muerte, semejante a uno de esos deslaves que en tiempos de lluvia de pronto se desprende de la montaña y sepulta una aldea.


Sobre este evento los periódicos han dedicado docenas de artículos, reflexiones y comentarios, tratando los aspectos políticos, económicos, sanitarios del hecho.
Yo también, con ojos de cristiano, propongo a ustedes tres breves consideraciones:

1. Ante todo una consideración religiosa. No estamos solos en el mundo, no estamos perdidos en el espacio; está Dios con nosotros. Como lo dijo San Pablo en Atenas: “Dios no está lejos de ninguno de nosotros, ya que en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). El mundo, la historia, la humanidad están en las manos sabias y amorosas de Dios, y Él seguramente sabrá sacar algo bueno también de la pandemia. ¡No! Dios no es amigo de la muerte; no es él quien crea las enfermedades; él siempre quiere el bien de sus hijos.

2. Una consideración histórica. La humanidad ha pasado por muchos momentos semejantes o peores que el actual; pero siempre se ha levantado. A través de los siglos la ‘peste negra’, la viruela, la fiebre tifoidea, el cólera, la fiebre amarilla, la gripe española..., han matado a millones de personas. ¿Y qué decir de las muchas guerras que el mismo hombre ha causado? Y sin embargo a las épocas más oscuras siguieron tiempos de paz, de progreso y prosperidad: a la ‘peste negra’ siguió el Renacimiento; a la segunda Guerra mundial siguió una Europa unida.

3. Y, por último, una consideración humana. Porque, a pesar de todo, el hombre tiene buen corazón y, llegado el momento, es capaz de sacar heroicos actos de caridad, de solidaridad y colaboración. Lo vimos en Guatemala con ocasión del terremoto de 1976; lo vimos en 2018 tras la erupción del Volcán de Fuego. Y lo estamos viendo durante esta plaga del “coronavirus”: muchas empresas donan dinero, víveres, vehículos, ropa, instrumentos. El personal de los hospitales, exponiendo su propia salud, sirve heroicamente a los contagiados. Los agentes de seguridad vigilan, las autoridades se preocupan, todos sacrifican algo.
No deseamos terremotos, ni erupciones, ni pandemias; pero, cuando suceden, a todos nos devuelven un poco de humanidad.

Y nosotros cristianos, en este tiempo de Semana Santa, recordamos que, de un trágico viernes de Calvario, Dios supo sacar un luminoso domingo de Resurrección. ¡Aleluya!

 

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