Imágen de ANS. Nairobi, Kenya,  enero 2013.- Encontrarse a los seis años sin padres y maltratado por familiares, con toda la responsabilidad de los hermanos más pequeños, es la condición ideal para terminar viviendo en la calle. Esto es lo que le pasó a Patrick, pero además, tuvo la fortuna de conocer quien le diera la posibilidad de soñar. Esta es su historia.

Me llamo Patrick Ngugi Gichuhi y nací en 1986 en una familia muy humilde. Primero de seis hijos, con tres hermanos y dos hermanas; tuve una bella familia, que se preocupaba de mí y de ellos. Aún más importante, tuve algunos sueños, como cualquier otro chico que tiene una familia que puede ayudarlo a realizar sus sueños. Sin embargo, todos estos sueños estaban a punto de ser eliminados en los años siguientes.

En 1991 mis padres se separaron, porque mi padre por trabajo vendía marihuana y pasaba la mayor parte del tiempo en la cárcel, en lugar de cuidar de la familia. Mi madre, después de una serie de esfuerzos para convencerlo de cambiar de trabajo, había alcanzado un punto de no retorno, y así se fue, dejándonos a todos.

Mi padre decidió llevarnos a todos a nuestra casa en el campo, en Nyeri, donde teníamos parientes por parte de mi madre; pero como no estaba en buenas relaciones con ellos, en lugar de llevarnos directamente con mi abuelo, nos dejó en un pueblo cercano llamado Kiganjo, y me dio la responsabilidad de cuidar de mis hermanos y de encontrar a mis parientes.

Después de un tiempo me encontré con algunas personas que me ayudaron a localizarlos, pero para mi sorpresa no eran hospitalarios con nosotros. Sufrimos gran cantidad de maltratos por parte de ellos, no nos consideraban de la familia y nos veían como una carga. Así que en 1992 mi hermano menor y yo dejamos Nyeri y alcanzamos Karatina, de donde nos fuimos unos días después a Nairobi. Allí nos convertimos en niños de la calle.

Decidimos vivir, mendigar, comer y dormir siempre por la calle. Estuvimos así durante dos años. En 1995 fuimos arrestados como cuidadores de noches no autorizados, y enviados a un centro infantil en Kabete. Después de un año, porque nadie había llegado aún a pedirnos, el Ministerio Público me preguntó qué quería hacer. Yo había oído hablar de algunos chicos en un lugar llamado Don Bosco, donde los niños podían ir a la escuela, tener comida y ropa, y sin dudarlo me dijo que quería ser adoptado por Don Bosco.

Fui bien recibido por la comunidad salesiana en Nairobi-Kariua, una de las sedes del programa "Bosco Boys" y retomé los estudios. A partir de ahí, gracias a mis buenos resultados escolares, fui incluido en el primer grupo que de la escuela salesiana pasaba a las escuelas públicas de grado superior, completando todos los niveles y llegando, por la gracia de Dios, hasta conseguir un título en Administración de Negocios Internacionales con especialización en Finanzas.

Siento una profunda gratitud a los Salesianos de Don Bosco por su compromiso y determinación para ayudar a jóvenes como yo a dar un giro a sus vidas. Con ellos también agradezco a todos los benefactores y colaboradores, pero sobre todo doy gracias a nuestro buen Señor Jesucristo, que nos ha permitido realizar estos logros. Al final, de hecho, no seremos juzgados por cuántos diplomas hemos tomado, cuánto dinero ganamos o cuántas cosas grandes hemos hecho, sino por el criterio "Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis »(Mt 25, 35-36).

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