Los confesores deben abrazar al hijo arrepentido que vuelve a casa.Los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre.

Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva.

Situaciones gravesPersonas que se encuentran lejanas de la gracia de Dios debido a su conducta de vida.
Hombres y mujeres que pertenecen a algún grupo criminal, cualquiera que éste sea. Por vuestro bien, les pido cambiar de vida. Les pido en el nombre del Hijo de Dios que, si bien combate el pecado, nunca rechaza a ningún pecador.

La indulgencia del Padre libera de todo residuo, consecuencia del pecado.Todos nosotros vivimos la experiencia del pecado. Sabemos que estamos llamados a la perfección (cfr Mt 5,48), pero sentimos fuerte el peso del pecado.

Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona.

Vuelve a nosotros tus ojos misericordiososLa dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios.
Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor.

Ilustración: Erica Guilande-NachezTuve la curiosidad de ver cómo define el Diccionario de la Real Academia la palabra “misericordia”. Dice: Es la “virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenos”.

Si es así, entonces hay que concluir que todo Don Bosco, toda su vida, fue un acto de misericordia.

La escasez de agua empuja a la migración por la supervivencia.Hasta hace poco los ecologistas eran considerados como gente ilusa, algo hippie, poco realista. Se les veía con un poco de lástima y de broma.

El desorden creciente de la naturaleza nos está obligando a repensar la ecología. No se trata de salvar animalitos ni proteger flores. Está en juego el futuro de la humanidad, nuestra supervivencia.

Ecología para nuestros programas educativosLa encíclica Laudato Si, del papa Francisco, ha causado un impacto profundo en creyentes y no creyentes. Las reverberaciones de tal impacto continuarán incidiendo como onda expansiva, creando una nueva conciencia social sobre nuestra responsabilidad del cuidado de la casa común.

La economía prevaleció sobre la éticaEl desorden creciente que estamos viviendo a nuestro alrededor no es una casualidad.
Ni tampoco es parte de un proceso natural. El desorden es causado por los seres humanos.
En los dos últimos siglos, desde que empezó la modernidad, se desencadenaron fuerzas poderosas que volcaron al ser humano a producir desaforadamente con el fin único de lucrar a como diera lugar.

La tierra es de Dios, no nuestra.Un nuevo concepto se abre paso en el lenguaje cristiano: conversión ecológica. Nos toma de sorpresa, pues asociábamos la conversión a conductas relacionadas con nosotros mismos o con los otros seres humanos.
La ecología ha sido considerada una ciencia menor dedicada a la protección de animales o plantas, más propia de gente con sensibilidad poética, poco práctica.

Barrios congestionados y desordenados sin espacios verdes.Hoy advertimos el crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir, debido no solamente a la contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino también al caos urbano, a los problemas del transporte y a la contaminación visual y acústica.

Enséñanos a contemplarte en la belleza del universo.Te alabamos,
Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.

Son tuyas y están llenas
de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.

Hijo de Dios, Jesús, por ti fueron creadas todas las cosas.

Alabado seas por la hermana tierra.Altísimo y omnipotente buen Señor
tuyas son las alabanzas, la gloria
y el honor y toda bendición.

A ti solo, Altísimo, te convienen
y ningún hombre es digno de nombrarte.