esperanza La esperanza es como la sangre: no se ve, pero tiene que estar. La sangre es la vida. Así es la esperanza: es algo que circula por dentro, que debe circular, y hace que te sientas vivo.

Si no la tienes, estás muerto, estás acabado, no hay nada que decir. Cuando no tienes esperanza es como si ya no tuvieras sangre. Quizá estás entero, pero estás muerto.
No nos mueve el interés de las compañías hoteleras ni aéreas. Sin negar que es bueno en sí mismo lo que éticamente crea trabajo y medios de vida, no tenemos puesta la mirada en el turismo que se debe activar, ni en una productividad que ha de crecer.

Nos sigue faltando algo en la mirada, en la interpretación y en lo que nos motive y mueva a la acción. No podemos situarnos ante la «nueva normalidad» sin vivir desde la esperanza. El ser humano es proyección y tiende siempre hacia un algo más. Pareciera como si lo que se consigue estuviera siempre como a mitad de camino hacia algo nuevo. Siempre aspiramos a más y siempre estamos a la espera.

¿Y qué es la esperanza? Podemos hablar de la espera como una actitud humana. Hablar de aguardar, esperar y esperanza. El ser humano está llamado a la esperanza. Debe elegir, con mayor o menor consciencia, entre abrirse a una aspiración de plenitud, o bien cerrarse en los límites de las «esperanzas» de lo tangible, de lo que se puede sentir y tocar.

Esta apertura del ser humano a la esperanza no es lo mismo que la esperanza cristiana. Aunque es una esperanza que forma parte de la propia identidad de la persona, hombre o mujer. Sin esperanza la vida no sería vida, carecería de sentido en sí misma, puesto que la existencia humana no resiste vivir en la desesperación (es decir, sin-esperanza).

La esperanza no es un mero deseo, ya que el deseo tiende siempre a algo concreto y determinado. Tampoco se reduce al mero optimismo, que tiene su meta en los cálculos, y la previsión que hace que el resultado de algo sea positivo. La esperanza, al contrario, concierne de lleno a la persona y tiene que ver con la entrega y la confianza. El ser humano es proyección y tendencia hacia un siempre más, hacia lo que está más allá de lo previsible, hacia algo nuevo.

El mundo encierra en sí mismo muchas notas de inhumanidad. Pero aún en este mundo se puede vivir con actitudes diversas: el lamento, la negatividad, el corazón endurecido. También somos muchos los que intentamos vivir movidos por un dinamismo que nos lleva a buscar la Vida, a hacer lo que sea mejor, a centrarnos en vivir desde el amor y el servicio, a trabajar bajo el dinamismo de la esperanza.

Cuando se vive movido por la esperanza se va haciendo experiencia de que el amor, el servicio, el corazón lleno de humanidad tiene pleno sentido en un mundo tan deshumanizado. La esperanza es un ingrediente del amor.

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 250 Marzo Abril 2021

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