"La paz les dejo, mi paz les doy; yo no se la doy como la da el mundo. No se turbe su corazón, ni tengan miedo”. (Jn. 14, 27) Queridos amigos, me sirvo una vez más de este medio para hacerles llegar mi saludo cordial y mi aprecio sincero, esperando que sus vidas estén muy bendecidas por el Señor y sus corazones llenos de paz, de esa paz que solo podemos recibir de Dios.

Una vez más he querido escribir unas líneas sobre la pandemia que ha dado origen la presencia de ese microscópico y tan temido enemigo llamado COVID-19, que ha hecho y sigue haciendo estragos a nivel mundial. Recuerdo que, al inicio de esta situación, en el mes de abril, el Papa Francisco, en un mensaje titulado “Un plan para resucitar”, hacía un llamado al mundo para ayudarnos a tomar conciencia de que la única pandemia que está afectando a la humanidad no es el COVID-19.

Nos decía el Papa: “Si actuamos como un solo pueblo, incluso ante las otras epidemias que nos acechan, podemos lograr un impacto real. ¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia? La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar... Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es “una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio”. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos”.

He querido citar este texto del Papa Francisco, primero porque sigue siendo muy iluminador para nuestra reflexión y segundo porque en parte es el que me ha motivado para escribir estas líneas. En esta ocasión me quiero referir, como lo indico en el título, a la pandemia del miedo, la que considero tanto o más peligrosa que la pandemia del COVID-19.

Desde el mes de febrero pasado, los medios de comunicación nos están saturando de noticias referidas a la pandemia del COVID-19, informando sobre las abrumadoras cifras de contagiados y muertos en cada rincón del mundo. Casi pareciera una obsesión publicar cuantos contagiados y cuantos muertos cada día, en cada lugar, pero nada dicen de las víctimas mortales que sigue cobrando el hambre, la violencia y la dramática corrupción que tanto daño nos hacen. A esto debemos sumar la invasiva información sobre las múltiples y exigentes medidas de seguridad que se deben observar en todos los lugares, al grado que se ha vuelto peligroso hasta comunicarnos con la mirada. Las caretas, las mascarillas, los guantes, el alcohol gel, los desinfectantes y el distanciamiento ya son parte de nuestra vida, volviéndose tan necesarios como exigentes.

El “quédate en casa” ha sido la consigna para todos, sin considerar a los millones que ni siquiera tienen casa, lo que ha agravado en muchos el drama de la pobreza y el hambre con las consecuencias que todos conocemos. Y quiero dejar claro que estoy de acuerdo con todas aquellas medidas que nos puedan servir para cuidarnos y cuidar a los demás, pues nunca la prudencia está de más cuando se trata de cuidarnos para proteger nuestra vida y nuestra salud, y esto a todo nivel porque la vida y la salud de todos es muy valiosa y es nuestra responsabilidad evitar todos aquellos sufrimientos que ya de por sí son innecesarios.

Pero una cosa es que nos cuidemos y otra, muy distinta, que nos dejemos abatir por el miedo, al grado que este sea más grande que el valor mismo de la persona. Aislarnos no puede significar ignorar a todos los demás, sin que nos importe lo que sienten, lo que sufren y lo que temen. Cuidarnos no puede significar crear en nuestro entorno un sentimiento de pánico, pensando que todos, incluyendo a los de mi casa, se han convertido en una amenaza para mi salud y, por lo tanto, para mi vida.

Desde mi ministerio como sacerdote me ha tocado atender a muchas personas gravemente enfermas y ansiosas por la soledad, por la angustia, por la ausencia de sus seres queridos que en nombre del “amor” les han dejado solos, envolviendo la vida en un mundo de miedo suscitado por todo lo que se dice, sin importar si lo que se dice es cierto o no, porque todos sabemos que desde que esto empezó se está diciendo más de la cuenta, y aprendiendo así a ver el peligro en cada esquina de la casa y no se diga de la calle, como si el virus, cual fantasma aterrador, se encontrara al acecho en cada esquina o en cada ambiente.

La limpieza de los ambientes que usamos, en casa y fuera de ella, con virus o sin virus, siempre ha sido necesaria y valoro que nos estén ayudando a afianzar mejor esa cultura, pues sin duda alguna que nos estaba haciendo falta, pero no me parece que nos estén cambiando el hábito de la limpieza por la obsesión de la limpieza, convirtiéndola en una conducta enfermiza que contagia con más rapidez y dan o que el virus.

Queridos amigos, en mi oración de cada día pongo sus vidas en las manos de Dios y de la Santísima Virgen María a quienes pido que les protejan sí , de la pandemia del COVID-19, pero también oro para pedir la gracia de que ninguno viva con miedo. Que todos podamos vivir este momento histo rico llenos de la paz que nos da el Señor, asumiendo en forma responsable las medidas que nos dicta la prudencia, pero siendo portadores de paz y de serenidad para con todas las personas con las que compartimos a diario, especialmente nuestras familias y las personas que son especialmente cercanas a nuestro corazón.

Les hago un llamado para que nuestro compromiso sea poner todo lo que esté de nuestra parte y asegurar que ninguna de las pandemias que nos amenazan nos hagan daño, ni le hagan daño a los que amamos mucho, ni a los que deberíamos amar más.

Con mi aprecio sincero.

P. Ángel Prado Mendoza, sdb.

 

Artículos relacionados.

Compartir