Orna Wachman La fe cristiana muestra cómo Dios, por medio de su Espíritu, acompaña la historia de la humanidad, incluso en las condiciones más adversas y desfavorables.



En la historia de la salvación Dios nunca abandona a su pueblo, permanece siempre unido a él, de modo particular cuando el dolor se hace muy fuerte. Dios no se ha alejado, sino que está sufriendo en y con los que sufren este flagelo.

A muchas personas les puede parecer que se revela como insoportable ese silencio de Dios, que solo interviene con la llamada silenciosa de su amor. Un Dios que se muestra solidario en acompañarnos y lejano en el poder para cambiar «mágicamente» las cosas. Un Dios que «hace nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). Estamos llamados a discernir nuestro presente y leer la acción de Dios que mantiene la promesa dada en la Alianza, de acompañar a su pueblo con su presencia potente frente al mal y, al mismo tiempo, con ternura hacia aquellos que en él confían.

Nosotros creyentes nos sentimos iluminados por la fe que se hace esperanza. El presente, aunque sea fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. La esperanza que nos mueve fecunda toda pequeña esperanza del hombre, mostrando los grandes valores en que la humanidad ha invertido sus mejores energías: la verdad, la bondad, la justicia, la solidaridad, la paz, el amor.

Cuando se conoce el futuro como realidad positiva, se hace más llevadero el presente. Este conocimiento del futuro, por la fe, cambia nuestro modo de vivir. Vivir con Dios no es lo mismo que vivir sin Dios. Un Dios que abre incluso en los desiertos de la vida un camino, desafiando desilusiones y escepticismos, miedos y desencantos. Por esto la esperanza que nos mueve, nos lleva a pedir a Dios el don de la confianza. El tiempo de la prueba es el tiempo de la decisión.

La respuesta creyente a la esperanza que Dios suscita, se fundamenta en el Evangelio como poder de Dios para la constante transformación y renovación de la vida. Con los brazos de la esperanza cristiana –los brazos de la cruz de Cristo– abrazamos el mundo entero y no damos nada ni a nadie por perdidos.

¿Cómo queremos vivir después de todo esto? Esa mirada de fe en el «encuentro» con Jesucristo es lo que hace que el modo de mirar la vida cambie, el modo de sentir en el corazón sea diferente, y el modo de tomar decisiones y discernir qué tiene valor o no, venga muy marcado por ese encuentro de persona a Persona.

Cuando la fe se desarrolla en esperanza, no hace a las personas tranquilas sino intranquilas, no las hace pacientes sino impacientes. En vez de amoldarse a la realidad dada, esas personas comienzan a sufrir por ella y oponerse a la misma.

 

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 250 Marzo Abril 2021

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