- Por Bruno Ferrero /
- 1970
Tu idilio con tu hijo terminó. El sismo adolescente derribó las serenas certezas de la infancia (los comunes afectos, los valores cultivados y la fe sembrada y aceptada con naturalidad) que parecen perdidas para siempre…
Hacia los quince años, con su carga de libertad y autonomía, empieza a mirar todo con ojos críticos. Sus heredadas convicciones y prácticas religiosas, puestas bajo la lupa de las dudas, contradicciones y exageraciones que dominan su espíritu, se transforman. “¿Por qué me bautizaron, si yo no podía dar mi opinión? ¿Qué diferencia existe entre creer en la resurrección y creer en la reencarnación? Todas las religiones valen lo mismo: lo importante es el amor. Una cosa es creer; otra muy diferente es aceptar ‘esa’ iglesia. ¿Para qué ir a misa si está llena de gente que habla muy bien pero no aplica lo que dice?... El infierno; eso es un invento para meternos miedo”. Aunque sientas la gravedad del momento, no dejes de apreciar la belleza del momento. Sobre tu perseverancia, que es como la firmeza de la roca del Evangelio, se edifica la nueva casa que resistirá todos los ataques.
- Por Bruno Ferrero /
- 2874
La importancia de la vida sana.
En general, existe una relación muy fuerte entre vida sana, vitalidad personal, alta estima de sí mismo, optimismo y energía. El hecho de sentirse bien y de estar a gusto consigo mismo puede ayudar a los hijos a superar muchas dificultades. Los padres tienen que saber que es muy importante ayudar a sus hijos a desarrollar una idea sana de sí mismos, que no dependa de la influencia de sus compañeros ni del deseo de ser populares; y a tratar sus cuerpos con cariño y respeto, independientemente de lo que hagan los demás.
Para que los hijos puedan alcanzar esta meta, los padres tienen que poner en práctica grandes direcciones.
- Por Bruno Ferrero /
- 1465
Una divertida viñeta humorística representa a mamá puercoespín
dándole unas palmadas en la cola a su nene:
Créeme, le dice con lágrimas en su rostro, me duele más que a ti.
No te esfuerces por hacer que la disciplina familiar sea más flexible que cuando te educaron. Ser una madre o padre modernos no significa renunciar a educar a tu hijo. La disciplina es la segunda “cosa”, en orden de importancia, que le debes, después del amor. Etimológicamente, “disciplina” significa “enseñanza” (¡nada que ver con castigos y penitencias!), y sus elementos esenciales son intuitivamente simples.
Cualquier enseñante sabe que, para enseñar algo a sus alumnos, debe provocarles el gusto de aprender. Cuando un “experimento científico” en el aula los deja maravillados, sorprendidos y con ganas de repetirlo en su casa, el maestro sabe que conquistó su objetivo; los chicos aprendieron…Nadie adquiere algo que no le provoque placer. Los niños tampoco. Por eso, en su esfuerzo por conquistar la benevolencia paterna, se esfuerza en agradarles. Y a la inversa: si después de una mala acción recibe una mirada severa, esta basta para provocarle sensación de pérdida de su amor. Y con esto basta para aprender. Cada una de las demostraciones de amor y cariño a tu chiquito, son la primera dosis de disciplina que él aprende.
- Por Bruno Ferrero /
- 3596
Una divertida viñeta humorística representa a mamá puercoespín
dándole unas palmadas en la cola a su nene:
Créeme, le dice con lágrimas en su rostro, me duele más que a ti.
No te esfuerces por hacer que la disciplina familiar sea más flexible que cuando te educaron. Ser una madre o padre modernos no significa renunciar a educar a tu hijo. La disciplina es la segunda “cosa”, en orden de importancia, que le debes, después del amor. Etimológicamente, “disciplina” significa “enseñanza” (¡nada que ver con castigos y penitencias!), y sus elementos esenciales son intuitivamente simples.
Cualquier enseñante sabe que, para enseñar algo a sus alumnos, debe provocarles el gusto de aprender. Cuando un “experimento científico” en el aula los deja maravillados, sorprendidos y con ganas de repetirlo en su casa, el maestro sabe que conquistó su objetivo; los chicos aprendieron…Nadie adquiere algo que no le provoque placer. Los niños tampoco. Por eso, en su esfuerzo por conquistar la benevolencia paterna, se esfuerza en agradarles. Y a la inversa: si después de una mala acción recibe una mirada severa, esta basta para provocarle sensación de pérdida de su amor. Y con esto basta para aprender. Cada una de las demostraciones de amor y cariño a tu chiquito, son la primera dosis de disciplina que él aprende.
- Por Bruno Ferrero /
- 2927
Los jóvenes saben que hay técnicas para “conquistar” a una persona: tienen que ser amables, atentos, corteses. No se trata de seducir o de engañar. Se trata de demostrar a la otra persona qué única e importante es para nosotros. ¿Por qué no hacer lo mismo con los hijos? Creo que es algo muy necesario, especialmente con los hijos adolescentes.
Espera, papá, espera.
El padre había aprendido que muchos conflictos que se tienen con los hijos se solucionan más fácilmente en una pizzería. Durante el año, había llevado varias veces, fuera de casa, a su hija mayor, para tener una especie de “encuentros padre-hija”. Y había decidido hacer lo mismo también con su hija menor.
- Por Bruno Ferrero /
- 1878
Todos los padres y madres saben que deben ofrecer a sus hijos e hijas principios claros, precisos, que sirvan para triunfar en la vida. Son puntos de referencia, seguridades, una brújula. Aunque hoy se hace difícil la transmisión de los valores de una generación a otra, un hijo que oye a sus padres insistir sobre estos puntos les estará agradecido porque comprenderá el esfuerzo espiritual y ético que han realizado para orientarlo en el mundo.
Es un regalo de un poco de inmortalidad que quedará impreso e infundirá energía. De ese modo, cuando desaparezca un padre, estará siempre presente. He aquí algún ejemplo.
La confianza en sí mismo, el sentido de identidad. Nuestro hijo o hija ha de tomar en sus manos el timón de su vida y escoger la ruta. Esta vida es su única posibilidad aquí abajo: no debe copiarla de otros, ni llorar por lo que no tiene. Necesita una meta y saber que puede llegar a ella y que encontrará en sí mismo la fuerza para hacerlo.
- Por Bruno Ferrero /
- 1841
Dos gorriones tomaban el sol beatíficamente en el mismo olivo. Uno, acomodado en lo alto del olivo; el otro, más abajo, en la bifurcación de dos ramas. Después de un rato, el gorrión que estaba arriba, como para romper el hielo, dijo: “¡Qué bonitas son estas hojas verdes!”.
El que estaba abajo lo tomó como una provocación. Y respondió de forma áspera: “¿Pero estás ciego? ¿No ves que son blancas?”. El de arriba, despechado, le soltó: “¡El ciego eres tú! ¡Son verdes!”. Y el otro, desde abajo, con el pico en alto, espetó: “¡Son blancas! No entiendes ni pío. ¡Estás loco!”.
El gorrión de arriba sintió que le hervía la sangre y, sin pensarlo dos veces, se lanzó sobre el adversario para darle una lección. El otro no se movió. Cuando estuvieron cerca, uno frente al otro, con las plumas del cuello enhiestas por la ira y antes de comenzar el duelo, tuvieron la sensatez de mirar en la misma dirección hacia arriba.
Al pajarito que venía de allí se le escapó un “¡Oh!” de asombro: “¡Es verdad! ¡Son blancas!”. Entonces le dijo a su amigo: “¿Por qué no vienes arriba donde estaba yo antes?”. Volaron a la rama más alta y esta vez dijeron los dos juntos: “Son verdes”.
Muchos sufrimientos de los seres humanos, grandes y pequeños, los provoca eso que llamamos “incomprensión”. La comprensión es, ante todo, una actitud mental, un fruto de la voluntad, una de las voces más significativas del verbo amar.