El amor que se promete ante Dios se convierte en una fuerza que sostiene a toda la familia. No solemos apreciar suficiente lo bueno que tenemos hasta que lo perdemos. Se pone como ejemplo la pérdida de la vista. Acostumbrados a gozar de sus beneficios no somos conscientes de su gran valor.

Puede suceder lo mismo con la familia basada en el matrimonio. No hace falta explicar la crisis por la que atraviesa actualmente ese valor. Los que participamos de ese valor ¿lo apreciamos lo suficiente?

Siempre se ha dicho que la familia es la célula básica de la sociedad. Es una comparación con lo que pasa a las células del cuerpo. Para que el cuerpo funcione bien, las células deben estar sanas. Si las células enferman, el cuerpo tiene un problema. Creo que así se origina el cáncer. Y si el cáncer hace metástasis, se sigue la muerte del cuerpo entero.

Si enferma la célula base de la sociedad, la familia, la sociedad tiene un problema. Y si la célula familiar, una vez rota, hace metástasis, la sociedad entera muere. Es lo que sucede hoy delante de nuestras narices.

El matrimonio natural une dos familias que, posiblemente, no se conocían con anterioridad. Pero después de la boda, las dos familias se unen en una sola. Los hermanos de los nuevos esposos también se casarán y así se constituirán uniones con otras nuevas familias.

Allí donde antes de la boda solo había dos novios con sus respectivos padres y abuelos, enseguida después de la boda aparecen suegros, cuñados, nueras y yernos. Y poco después aparecen hijos, tíos, primos, etc.

Se forma así una red con fuertes nudos. Una red compacta y sólida, donde la unión no se basa en ventajas económicas. Son lazos de sangre. Las personas se valoran no por lo que tienen o saben o producen, sino por lo que son en sí mismas, también si son débiles, o enfermos o ancianos. Todos se apoyan; todos son atendidos sin pedirles requisitos. En las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad. Incluso si alguno se porta mal.

Cuando se nace en una familia basada en el matrimonio, el recién nacido se siente bienvenido y querido. Se siente amado y mimado por sus cuatro abuelos, por sus dos progenitores, por hermanos, tíos, primos, etc.

El niño, al ser dado a luz, tiene la sensación inconsciente de que no se está tan mal fuera del útero materno. Todo el amor que le envuelve fundamenta su posterior autoestima.

Cuando, más tarde, se le hable de Dios podrá imaginar: ‘Dios debe ser como mis papás, pero más grande’. Cuando ese muchacho se case, se añadirán personas nuevas a su círculo familiar de amor: cónyuge, hijos, suegros, nietos, etc. Como ha sido muy amado, será una persona madura porque ha aprendido a amar.

Pero qué pasa si se nace fuera de una familia basada en el matrimonio. Qué pasa si no existen familias fuertes, sino familias rotas; si, cuando nace le falta al niño este nido de amor, este hogar que hemos descrito. Entonces los hijos nacen con desventaja y con carencias. No se trata tanto de si son o no hijos legítimos; se trata de que nacen en una situación afectivamente precaria. Su autoestima no será la misma. Es más difícil que aprendan a amar si no han sido suficientemente amados desde su nacimiento. Eso tiene consecuencias.

Empecé diciendo que las cosas buenas que se tienen no se aprecian lo suficiente hasta que se pierden. Quisiera pensar que todos aprecian la familia en todo su valor. Es necesario aferrarse a ella con uñas y dientes. Para defenderla con la vida y no dejar que la arrebaten las ideologías enemigas de la familia basada en el matrimonio y enemigas de la maternidad y de la vida.

Si, a todo lo dicho, añadimos las enseñanzas cristianas, las ventajas se multiplican hasta el infinito.

Si he argumentado solo con motivos racionales se debe a que el matrimonio es una institución universal desde la creación.

Para que un matrimonio sea válido no es necesario estar bautizado. Basta que, en cualquier época, religión o cultura se cumplan los requisitos dados por el Creador en Génesis 1 y 2: heterosexualidad, monogamia, indisolubilidad y apertura a la vida. Si no se cumplen los cuatro, también el matrimonio entre bautizados es inválido.

Es tan importante la institución matrimonial que Cristo la redimió después del pecado y la elevó a rango de sacramento, convirtiéndola en signo eficaz de la unión amorosa con su esposa la Iglesia. Unión amorosa que conoció la cruz, pero también de resurrección y vida eterna.

 

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