Papa Francisco.  

- No digáis: Viva Pío IX, digan ¡Viva el Papa! - replicaba don Bosco.

Y explicaba: ustedes no ven más allá del sentido natural de las palabras,

pero hay ciertas personas que pretenden separar al Soberano de Roma del Pontífice,

al hombre de su divina dignidad. Se alaba a la persona,

pero no veo que se quiera prestar reverencia a la dignidad de que está revestida.

Por tanto, si queremos estar a lo cierto, gritemos: ¡Viva el Papa!

(cfr. Memorias Biográficas III)

 

Como si fuera ayer me recuerdo con claridad de la sensación que sentí cuando vi a un debilitado Papa Juan Pablo II en su visita a Guatemala en el 2002 con ocasión de la canonización del Hermano Pedro. Inolvidable sensación diría.

La emoción que sentí la primera vez que entré en la Plaza de San Pedro del Vaticano para participar de una solemne Eucaristía presidida por el hoy Papa emérito Benedicto XVI con ocasión del inicio del Sínodo de los Obispos en septiembre del 2012, sin saber que meses después renunciaría valientemente a su cargo, nunca se borrará de mi mente.

Hoy conocí, en sentido amplio, al nuevo Papa Francisco. Todavía siento en mis oídos el clamor general de una plaza inundada de personas de tan diversas nacionalidades, incluso de diversas creencias, participantes todas de un evento único en la historia como es el inicio de un pontificado.

El sol esplendente que indica la llegada de la primavera romana iluminó un escenario que tenía como protagonista un pastor y su rebaño. Personalidades del mundo religioso, político, social y cultural, de oriente y occidente, fueron testigos de un evento de grandes dimensiones para la fe cristiana. Pero el protagonismo nunca dejó de ser un pueblo y su guía espiritual que ha subrayado “servir” como forma de ejercer su autoridad simbolizada a partir de hoy por el palio y un anillo.

Francisco como Pedro en el lago de Galilea, se ha convertido en el pescador de almas. En repetidas ocasiones he visto a los turistas de todas partes del mundo, creyentes o no, admirarse ante la belleza de las antiguas e imponentes estructuras históricas católicas de Roma, pero me ha asombrado mucho escuchar, está vez a un buen número, sentirse atraídos por el gesto y el discurso sencillos del Papa Francisco.

Como si quisiera abarcar en una sola mirada toda la multitud, como si buscara dar la mano y acariciar a todos los miembros de su pueblo, así su rostro sereno y gozoso repasó a cada uno de los que sin saber por qué nos encontramos asombrados ante tanta generosidad.

Renuevo nuevamente mi devoción al Papa, hoy marcado por el signo de la sencillez.

Compartir