Foto: Fxquadro Tendemos a clasificar a los humanos en bellos y feos.
Con una gradación intermedia. El criterio común tiende a centrarse en la belleza o no del cuerpo físico.

Pero no somos puro cuerpos materiales. Nuestro cuerpo está integrado con el alma en una unidad inseparable mientras vivimos en esta tierra. Ambas dimensiones constituyen lo que se asume como cuerpo humano. Se influyen recíprocamente.

Lo que llamamos belleza no puede reducirse a lo puramente carnal. Ni tampoco somos espíritu habitando en un recipiente llamado cuerpo. Somos una realidad total. El alma influye en el cuerpo y viceversa.

La belleza espiritual se trasluce en el cuerpo. En cambio, si la maldad se apodera de una persona, esa maldad se percibe físicamente. Algo oscuro entenebrece al hombre malvado.

Es penoso que la atención de la cultura actual se centre casi exclusivamente en la belleza corporal. Concursos de belleza, fisicoculturismo, cirugía estética. Hay un mercado descomunal de productos de belleza. La obsesión por adquirir o conservar una supuesta belleza física lleva a locuras tales como dietas obsesivas, gimnasias para una supuesta línea corporal perfecta, cirugías para reformar lo que se considera antiestético.

Alma y cuerpo no son dos realidades medio forzadas, como agua en una botella. Son una única realidad en dos dimensiones. Consideradas independientes da lugar a visiones torpes: el alma pura atrapada en un cuerpo de bajos instintos; el alma noble, el cuerpo despreciable, el alma orientada al cielo, el cuerpo como obstáculo para lo divino.

En cambio, la sana visión cristiana del ser humano corpóreo viene del mismo Jesucristo. Jesús=hombre; Cristo=Dios. Un cuerpo humano y divino. Un cuerpo total bello, no por criterios estéticos sino por esa conjunción maravillosa de lo humano y lo divino. Cristo en la cruz masacrado y desnudo seguirá siendo un cuerpo bello. La belleza de quien se entregó totalmente por la salvación de la humanidad.

Cuando el ser humano logra crecer en lo más valioso que es su participación en la vida divina, su persona se transforma bellamente, no importando si es un niño de mirada inocente o un joven rebosante de vitalidad o un anciano en el declive de sus energías. Como Cristo en la cruz, hay belleza en la persona sufriente por la pobreza o la enfermedad o por su físico que no responde a los criterios mundanos que miden la belleza corporal.

Cuando uno ajusta su mirada hacia esta belleza auténtica del ser humano más allá de criterios frívolos, podrá percibir la belleza de un moribundo o un enfermo o pobre o minusválido. La Madre Teresa de Calcuta no hacía ascos cuando se inclinaba hacia un moribundo tirado en la calle.

 

Cortos animados
 
Obsesionada con la belleza
https://youtu.be/m7seld2KvGY

 

Cortos animados
  estereotipo
Estereotipos de belleza
https://youtu.be/yNZ66liOUNg

 

Este artículo está en:

Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 255 Enero Febrero 2022

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