alegria3 “Alégrense siempre en el Señor; se los repito: ¡estén alegres!”. Es la exhortación que San Pablo dirigió a los cristianos de Filipos y que leemos como segunda lectura en la fiesta de San Juan Bosco.


“La alegría, afirma el Rector Mayor en su mensaje a los jóvenes, es una realidad central en la vida del cristiano”.

Cuán equivocado estaba aquel filósofo alemán, Federico Nietzsche, cuando escribió que el cristianismo es una religión triste, que exalta la muerte y tiene como símbolo la cruz. Es claro que Nietzsche no nos conocía bien.

Por el contrario, los cristianos tenemos todos los motivos para estar alegres:

  • Creemos que nuestra existencia no se debe a un capricho de la biología, sino a un acto de amor de Dios, que nos eligió y nos creó.
  • Creemos que, una vez creados, Dios no nos abandona a los vaivenes del mundo, pues su providencia guía la historia y nuestra existencia personal.
  • Creemos que Dios “tanto amó al mundo que nos envió a su propio Hijo para que todos los que crean en él no perezcan sino que tengan vida eterna”.
  • Sabemos que Jesús pasó haciendo el bien, curó a los enfermos, expulsó demonios, y al fin dio su vida por nosotros.
  • Creemos que, con su muerte y resurrección, Jesús nos ha abierto el camino a la resurrección y a la vida eterna.

Y que, aun volviendo al Padre, no nos abandonó, pues nos aseguró que estaría con nosotros todos los días hasta el final de la historia.
No somos, pues, gente que camina triste y desorientada; sabemos que Jesús nos acompaña con la luz de su Palabra y el alimento de la Eucaristía.
Nos ha dejado, además, a un buen pastor en la persona del Papa, y a una madre solícita en la persona de María Auxiliadora.

Además, nos ha dejado el sacramento de la Penitencia. (Una vieja encuesta descubrió que quienes menos acuden al psiquiatra son los católicos; posiblemente porque ellos descargan sus conflictos en la confesión).

Y por último, a los cristianos, Jesús nos dejó como visión el Paraíso: la meta de nuestro caminar es la fiesta eterna, la victoria final.

¡Cuán equivocado estaba Federico Nietzsche!
Uno que vivió intensamente esas certezas fue Don Bosco. Vivió personalmente la alegría y la supo contagiar a los muchachos. En el Oratorio él sabía crear un ambiente de acogida, de amistad, de alegría y de fiesta. Los muchachos en el Oratorio se sentían felices: allí encontraban caras alegres, ambiente de fiesta y, sobre todo, la presencia del mismo Don Bosco. Había juegos, canto, banda musical, paseos, fiestas religiosas, teatro y declamación. “Un Oratorio sin música, dijo Don Bosco, sería como un cuerpo sin alma”.

Esa alegría no era un simple estado psicológico. Era verdadera virtud, fruto de la paz interior de uno que vive sintiéndose amado por Dios y alejado del pecado. La alegría era además, para Don Bosco, un medio pedagógico para atraer a los muchachos, apegarlos a su persona, hacerles el bien y llevarlos a ser “buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Eso lo entendió muy bien uno de sus alumnos, Domingo Savio, que cuando un día vio a un  compañero recién llegado triste y apoyado a una columna, se le acercó, le inspiró confianza y le dijo: “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.

Y ese fue el ambiente que los salesianos de mayor edad hemos experimentado cuando éramos muchachos y aspirábamos a la vida salesiana. Aunque lejos de la familia, nunca sentíamos tristeza, aburrimiento, nostalgia, porque el ambiente era sereno, en una feliz combinación de estudios serios y exigentes con juegos y deporte, canto coral y banda musical, ensayo de teatro, excursiones y fiestas marianas. (¡Qué distinto del ambiente en que vivían aquellas jovencitas en el “Hogar seguro” y que terminaron en la tragedia del incendio!).

alegria A nosotros salesianos (tanto religiosos como cooperadores) Don Bosco nos llama a ser portadores de esa alegría, optimismo y esperanza, confianza en Dios, clima de fiesta y amistad. Debemos cultivar en nosotros esos valores y transmitirlos a los jóvenes. Los muchachos lo necesitan. Muchos de ellos no han tenido una familia ideal, han crecido en hogares rotos: papá ausente o alcohólico, abuela anciana, mamá neurasténica, dificultades económicas, estudios interrumpidos, trabajo precoz, ausencia de religión... Hay que invitarlos a frecuentar el Oratorio, donde puedan encontrar ambiente sereno, sanas diversiones, personas acogedoras y buenos amigos; donde puedan escuchar palabras de esperanza, una nueva visión de la vida, y mensajes de evangelio. Y, de ese modo, alejarlos de la pornografía, de las drogas, de las malas amistades y de la calle, cosas que no son fuentes de alegría, sino tristes adicciones y esclavitudes. E incluso, quizás, hay que abrirles la posibilidad de inscribirse en el “Centro de Formación Profesional”, donde aprendan un oficio con el que un día ganarse la vida, como “buenos cristianos y honrados ciudadanos”.

El Rector Mayor en su mensaje nos recuerda el artículo 17 de nuestras Constituciones: “El salesiano está siempre alegre, porque anuncia la Buena Noticia. Difunde esa alegría y sabe educar en el gozo de la vida cristiana y en el sentido de la fiesta”. Y cita una frase frecuente en Don Bosco: “Sirvamos al Señor con santa alegría”.

 

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 252 Julio Agosto 2021


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