antes y despues testimonio “Ya no quiero estar vivo, me quiero morir, ¡me quiero morir!” Estas palabras empezaron hacer eco en mi mente desde pequeño. Soy el ultimo hijo de seis hermanos. Mi mamá nos inculcó los valores cristianos.


Desde kínder hasta bachillerato estudié en un colegio salesiano para varones. Mis días transcurrían así: por las mañanas asistía a clases y por la tarde la pasaba en casa dedicado a las tareas y juegos; la noche era para compartir en familia o salir a la calle a jugar con los vecinos. Mis padres trabajaban y casi no estaban en casa. Algunos días estaba con mis hermanos; otros la pasaba solo.

Considero mi adolescencia como una época mala. Empecé a encerrarme en mí mismo; me aislé de mi familia; pasaba deprimido; me sentía una basura y decidí que lo mejor era quitarme la vida. Sentía tanto dolor y desesperación que una vez tomé un cuchillo, decidido a cortarme las venas. Según yo, era la solución a todo, no me importaba nada, todo había perdido valor. Al final, me acobardé y solo me hice una herida en la mano. También pensé en tirarme de lo alto de la casa. Cruzaba la calle sin mirar a los lados, esperando que me atropellara un carro. Sentía que no había solución. Toqué fondo.

Empecé a encerrarme en mí mismo;
me aislé de mi familia; pasaba deprimido.

A los nueve años, fui abusado por un vecino al que todos en mi familia consideraban un amigo. Sus palabras “no se lo digas a nadie”, “es nuestro secreto”, “te voy a lastimar” causaron el suficiente miedo para no buscar ayuda. Esa situación duró casi un año. Intenté llamar la atención, pero nunca pude hablar con mis padres o con alguien más. Empecé a tenerle miedo a las personas. Con el tiempo, nos mudamos de casa.

Las cosas empeoaron en mi adolescencia. En mi mente había caos, no sabía quién era yo, confundí mi identidad como persona. Recuerdo que, en las clases, mis compañeros comentaban las sensaciones y experiencias que sentían al ver una mujer, cómo les excitaba. Yo me sentía diferente, empecé a sentir admiración por mis compañeros, lo que hacía sentirme una basura, alguien que no merecía vivir. Intenté llenar mi vacío interior con fumar, comer en exceso, andar buscando pleitos. Así, me convertí en una persona agresiva, sin amigos.

Mi vida no tenía sentido. Me preguntaba por qué Dios me había castigado de esa forma, por qué había creado a una basura como yo? Ir a misa o a los retiros en el colegio me hacían sentir más basura, que todo era mi culpa, aunque yo buscaba sentirme bien conmigo mismo. Recurría a la rebeldía, la independencia y la soledad. Pasaba noches en vela llorando, maldiciéndome. A veces golpeaba mi cabeza contra la pared por no ser lo que debía ser. Sentía que, si buscaba ayuda, solo conseguiría humillarme y ganarme el rechazo de todos.

A mis dieciséis años me obligaron a asistir a un retiro espiritual del colegio. Entonces cambiaron muchas cosas. Comencé a darme cuenta que el desprecio a mí mismo no me llevaba a nada bueno. Mi lucha interior por definir mi sexualidad llegaba a su estado más crítico, que consistía en definir de una vez por todas quién era yo, qué quería ser.

Comencé a darme cuenta que el desprecio a mí mismo
no me llevaba a nada bueno.


Acepté que Dios no hace basura. Eso fue muy importante para mí, ya que pasé siete años sintiéndome una basura. Comprendí que mi familia no tenía la culpa de lo que me había pasado ni de la clase de persona que soy. Ahora no me conformo con lo que soy, pero ya me acepté. Mi único temor es que la gente no me acepte. Ese tiempo en la pastoral del colegio significó un cambio radical en vida.

Con el paso de los años logré un trabajo en el que, según la espiritualidad salesiana de ayudar a jóvenes, creo que puedo generar cambios en la vida de otros. Mi postura ante las adversidades es simple: no pienso en la muerte como el fin sino como el inicio de una vida en paz junto a Dios. Los problemas siempre surgen, pero tengo plena confianza en que, si vuelvo a caer en una depresión o algo parecido, solo será para fortalecerme.

Estoy agradecido con Dios, he logrado entender que todo ocurre por una razón, sé que todo lo que ha me ha pasado me ha llevado al lugar donde estoy. Aquí es donde debo estar. Si no hubiera encontrado a Dios, no sé dónde me encontraría, si aún seguiría con mi familia o estaría muerto. Sé que Dios no hace basura y que soy hijo suyo, me acepto porque Dios me acepta.

Esta es mi convicción: Hay trabajo que jamás se hará, si tu no lo haces. Hay alguien que te extrañaría si te marcharas. Hay un lugar que solamente tú puedes llenar.

 

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 252 Julio Agosto 2021


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