JB Thomas Un maestro de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”



Jesús le preguntó a su vez: “Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?”

Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo”.

Entonces Jesús le dijo: “Has respondido bien; pero ahora practícalo y vivirás”.

El maestro de la Ley, queriendo justificarse, le volvió a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”

Jesús tomó la palabra y dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, quienes, después de despojarlo de todo y herirlo, se fueron, dejándolo por muerto.

Por casualidad, un sacerdote bajaba por el mismo camino, lo vio, dio un rodeo y pasó de largo.

Igual hizo un levita, que llegó al mismo lugar, dio un rodeo y pasó de largo.

En cambio, un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre herido y, al verlo, se conmovió profundamente, se acercó y le vendó sus heridas, curándolas con aceite y vino.

Después lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un albergue y se quedó cuidándolo.

A la mañana siguiente le dio al dueño del albergue dos monedas de plata y le dijo: ‘Cuídalo, y, si gastas de más, te lo pagaré a mi regreso’.

¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones?” El maestro de la Ley respondió: “El que lo trató con misericordia”.

Entonces Jesús le dijo: “Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,25-37)

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 253 Septiembre Octubre 2021

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