Ésa es la verdadera “limosna”. Sentir las carencias y sufrimientos de los demás; saber “perder tiempo” con ellos, escucharlos, acompañarlos, ayudarlos. / Foto: Cathopic-Cáritas San Luis Potosí. Al inicio de la Cuaresma la Iglesia, inspirada en el Evangelio, nos señala un camino de conversión, recomendándonos, entre otras prácticas, la limosna. Pero ¿qué es propiamente la limosna?

Cuando era niño, yo veía que en cierto momento de la Misa pasaba el sacristán entre los fieles con un pequeño recipiente y éstos echaban allí alguna moneda.

Para mí ésa era la limosna. Así la llamaban todos. Y creo que muchas personas, cuando escuchan la palabra “limosna”, siguen pensando igual: el quetzal o cinco quetzales que uno da a un mendigo en la calle.

No, “limosna” es mucho más. Es una palabra que viene del griego “eleemosyne”, que significa misericordia, compasión, piedad, ayuda.

El ejemplo insuperable de lo que es la verdadera limosna es lo que cuenta Jesús en la parábola del “buen samaritano”. Viajaba un señor de Jerusalén a Jericó cuando, a medio camino, encontró a un pobre hombre tirado en la calle. Lo habían asaltado, herido y despojado de todo; estaba muriendo.

Aquel señor bajó del caballo, se acercó y, viendo la situación, sacó de su mochila vino y aceite para desinfectarle y suavizarle las heridas, y se las vendó con pedazos de su propia camisa. Luego lo cargó sobre su caballo, lo llevó hasta una hospedería y pagó para que lo cuidaran hasta que él volviera del viaje.

Esa es la “limosna”. Ese viajero no tenía ningún interés personal: no era un pariente del moribundo; era un extranjero; quizás un comerciante que tenía prisa. No se contentó con echarle una mirada compasiva; no le importó perder tiempo con él; se expuso a que salieran de nuevo los asaltantes. Se acercó, le curó las heridas, lo cargó en el caballo; y él a pie sosteniendo al enfermo hasta la posada; y pagó por él.

Ésa es la verdadera “limosna”. Sentir las carencias y sufrimientos de los demás; saber “perder tiempo” con ellos, escucharlos, acompañarlos, ayudarlos.

Así fue Jesús, que bajó no del caballo sino del cielo, se acercó a nosotros heridos por Satanás, nos curó con su palabra, nos levantó al estado de hijos de Dios, y pagó por nosotros con su propia sangre.

Y así fueron muchos santos a lo largo de la historia. Si tienes tiempo y curiosidad, busca en “google” la historia de algunos de esos héroes de la caridad, de la “limosna”: santa Isabel de Hungría, san Juan de Dios, san Jerónimo Emiliani, san Vicente de Paúl, san Juan Bosco,... Santos ‘misericordiosos’, que atendieron con amor a los enfermos, a los pobres, a los huérfanos, a los muchachos de la calle.

El papa Francisco nos advirtió muchas veces contra la indiferencia, la insensibilidad hacia el anciano abandonado, el trabajador extranjero, el migrante, el hambriento.

Concluyó Jesús la parábola diciendo al que le había preguntado: “Ve y haz tú lo mismo”.

 

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