Todo terreno por muy malo que fuera podría dar alguna cosecha, aunque fuera modesta Con el perdón de Jesús, ese sembrador que él presenta en la parábola no deja la impresión de ser inteligente. ¿A quién se le ocurre sembrar al borde del camino o en terreno pedregoso o lleno de abrojos? Podría haberse ahorrado desilusiones si hubiera escogido solo tierra buena. Sus vecinos no habrán tenido muy buena opinión de él.

En cambio, desde la perspectiva de Jesús como sembrador, todo terreno por muy malo que fuera podría dar alguna cosecha, aunque fuera modesta. Él arriesga una pérdida total del grano sembrado como le sucedió al terreno plagado de abrojos.

Con delicadeza hacia sus oyentes, pero con meridiana claridad, la parábola narrada por Jesús es un auténtico juicio a sus oyentes, que somos nosotros los oyentes de la Palabra. El contraste entre la Palabra generosamente sembrada y sus posibles fracasos habla bien de Jesús. El evangelio no está destinado a un grupo selecto de oyentes ávidos de la Palabra.

Aunque la cosecha esperada termine por desilusionar, Jesús arriesga dando a todos la posibilidad de dar buena y abundante cosecha. Dichosos nosotros si somos terreno receptivo y la Palabra produce cosecha abundante. Si, en cambio, somos mezquinos de corazón y desperdiciamos la oferta de vida plena en Cristo, esa frustración empobrece nuestra vida para siempre.

Vale la pena plantearnos grandes preguntas. ¿Qué clase de terreno soy? ¿Permito que el Maligno me robe la preciosa semilla plantada por Jesús? ¿Es mi corazón un terreno sin profundidad invadido por tanta alimaña que devora la semilla? ¿La humilde semilla rica en promesa termina ahogada por intereses dañinos?

Contemplemos a los santos, gente como nosotros, que supieron dar acogida a la Palabra y así su vida es fecunda en virtudes y de gran provecho para la familia humana. Echemos una mirada atenta a nuestro alrededor y descubriremos con asombro a personas de tal calidad humana y espiritual como nunca hubiéramos imaginado.

No abortemos la Palabra que Jesús siembra con esperanza en nuestro corazón. Aunque nuestra cosecha no llegue al cien por ciento, será hermoso para Dios y para nosotros que nuestro resultado alcance un humilde treinta por uno.

 

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