¿Estás viviendo realmente o eres un muerto en vida? El filósofo J. F. Sellés habla de un tema tan serio como la muerte, sin dejar de utilizar el humor. Es un razonamiento puramente filosófico que, por lo tanto, no toma en cuenta las enseñanzas bíblicas. Resulta curioso. A continuación, resumo su pensamiento.

La muerte humana es una ruptura de la vida biológica de los vivos. La muerte es posible porque la unión del alma y del cuerpo es suficientemente débil como para que puedan separarse. La muerte ha preocupado no sólo a los grandes literatos y filósofos de todos los tiempos, sino que es también el gran misterio para cada uno de los hombres y mujeres que existen.

Para las personas que han existido en el pasado ya la muerte ha dejado de ser una preocupación. Platón asegura que uno sólo es filósofo cuando piensa en el problema de la muerte, sobre todo si se trata de la propia muerte. Conviene, pues, que te plantees este asunto ya. No sigas leyendo este artículo sin empezar a ser filósofo.

Hay dos tipos de muerte. Se pueden describir, en perfecto paralelismo con los dos tipos de vida: la muerte física o corporal y la muerte espiritual. La muerte física es la falta del cuerpo. Morir no significa dejar de existir, sino dejar de poseer cuerpo.

Algo que se pierde al morir, de lo que se tenía estando vivo, es el cuerpo. Pero no sólo perdemos el cuerpo sino todo lo que adquirimos por medio del cuerpo, y eso es bastante, porque no sólo se trata de las posesiones físicas, los pequeños tesoros que acumula la gente, sino también de todo lo que se usa para manejar el cuerpo y todo lo que deseamos para servir al cuerpo. El ver, el imaginar, el recordar sensible, etc., se pierde.

Como todos esos objetos hacen referencia al mundo, morimos al mundo. Perdemos el mundo, salimos de la historia.

Y ¿qué es lo que nos queda? Conservamos nuestro conocer, y querer, acerca de nosotros mismos, o sea, conservamos el espíritu que cada persona tiene y es.

Hablemos ahora de la muerte espiritual. Ya hemos hablado de la muerte física.

La muerte espiritual es un trago mucho más amargo y duradero que la corpórea. Porque la muerte espiritual puede suceder ya mientras seguimos con la vida física. En ese sentido se puede ser un muerto en vida. (Y la situación puede ser mucho más triste después de la muerte física). Se da la muerte espiritual cuando se trata de pasar esta vida sin saber para qué se vive; o sea, vivir físicamente sin saber cuál es el sentido de la propia vida; en otras palabras, vivir sin saber quién soy yo, desconociendo el sentido último de mi ser personal.

Si la muerte biológica me sorprende estando yo muerto espiritualmente, entonces la muerte espiritual se convierte en muerte eterna y consiste en pactar con lo absurdo para siempre. Consiste en renunciar al carácter personal que me es propio. Y ello sucede por haber renunciado libremente, en este mundo a ser la digna persona que yo era, y por haber renunciado libremente, en este mundo al llevar a tope la excelente y plenamente realizada persona que yo estaba llamado a ser. Persona en plenitud.

¿Es eso doloroso? Dolorosísimo, pues es uno mismo el que se pierde. ¿Cabe la posibilidad de algo más íntima y personalmente doloroso? Si existe algo más íntimo a mí (por ejemplo, la participación de la vida de gracia), entonces sí hay algo más doloroso: perder la vida divina. Si, como dice San Agustín, Dios es más íntimo a uno que uno mismo, entonces el máximo dolor consiste en perder a Dios, y perderlo para siempre.

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