Foto: KIREEVART En Centro América, gracias a Dios, no ha entrado el culto a la “Santa Muerte”, que es un culto supersticioso, típico de México.

La “Santa Muerte” es una figura popular mexicana, que personifica la muerte; la representan como un esqueleto vestido con túnica blanca y corona de oro; y la hacen objeto de veneración.

La Iglesia Católica rechaza y condena esa veneración; la considera diabólica.

Todo el mundo sabe que la muerte no es una “persona”, es un hecho: un triste hecho que en algún momento afecta a todos los vivientes. Y no es “santa”: la Biblia considera la muerte como una triste consecuencia del pecado (Gn 3,19; Rom 5,12), que ha sido vencida por la Resurrección de Cristo. San Pablo escribe: “El último enemigo que será destruido es la muerte” (1 Cor 15,26; Ap 20,14).

La Iglesia Católica se opone a que se dé a la muerte el título de “santa”. Sólo los seres humanos reciben el título de “santos”, cuando han ejercido heroicamente las virtudes cristianas, viviendo en comunión y amistad con Dios. Así, pues, los cristianos no deben dar culto a la muerte. Sería un pecado de idolatría.

En México, desde el año 2005, el Ministerio de Gobernación canceló de su registro la secta que promovía el culto a la “Santa Muerte”, debido a que su adoración “desvía gravemente los fines establecidos en la ley de Cultos y Asociaciones Religiosas”.

En marzo del 2012, la policía estatal de Sonora detuvo a ocho personas señaladas como responsables del asesinato de dos niños y una mujer, así como de utilizar su sangre en rituales relacionados con el culto a la Muerte.​

Ese mismo año se sentenció a 66 años de cárcel al líder de ese culto, David Romo Guillén, por robo, secuestro y extorsión.

Muchos mexicanos cuentan que desde que empezó ese culto satánico empezó una ola de delincuencia terrible y familias destruidas.

El papa Francisco, en su visita a México durante el año 2016, condenó el culto de la “Santa Muerte”, denunciando que “hay tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte”.

¡Cuidado, pues! Que no entre en nuestros países esa superstición, ni otras credulidades semejantes. Somos católicos. Nuestro Dios es Dios de vida, no de muerte. Nuestra esperanza es vivir por siempre con Cristo resucitado, vencedor de la muerte.

 

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