La familia es la primera comunidad humana. En la familia el hombre nace y crece. La entrega recíproca del hombre y de la mujer unidos en matrimonio, crea un ambiente de vida en el cual el niño puede desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino.

En el clima de afecto natural que une a los miembros de una comunidad familiar, las personas son reconocidas en su integridad. En la familia el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado y qué quiere decir en concreto ser una persona.

Las obligaciones de sus miembros no están limitadas por un contrato, sino que está fundada sobre un pacto conyugal irrevocable y estructurada por las relaciones que derivan de la generación o adopción de los hijos.

La familia es la primera comunidad humana.
El bien de las personas y el buen funcionamiento de la sociedad están estrechamente relacionados con la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar. Sin familias fuertes y estables los pueblos se debilitan.

En la familia se inculcan desde los primeros años de vida los valores morales, se transmite el patrimonio espiritual de la comunidad religiosa y el patrimonio cultural de la nación. En ella se aprenden las responsabilidades sociales y la solidaridad.

Debe afirmarse la prioridad de la familia respecto a la sociedad y al Estado. Su función procreativa, es la condición misma de la existencia de la sociedad.

La familia encuentra su legitimación en la naturaleza humana y no en el reconocimiento del Estado. No está, por lo tanto, en función de la sociedad y del Estado, sino que la sociedad y el Estado están en función de la familia.

El Estado tiene el deber de auxiliar a la familia, asegurándole las ayudas que necesita para asumir todas sus responsabilidades, pero no deben impedir a la familia las tareas que puede desempeñar sola o libremente asociada con otras familias.

La familia tiene su fundamento en la libre voluntad de los cónyuges de unirse en matrimonio. El mismo Dios el autor del matrimonio. La institución matrimonial no es una creación debida a convenciones humanas o imposiciones legislativas.

Nace del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente y se funda sobre la misma naturaleza del amor conyugal que, en cuanto don total y exclusivo, implica un compromiso definitivo expresado con el consentimiento recíproco, irrevocable y público.

Este compromiso pide que las relaciones entre la familia estén marcadas por el sentido de la justicia y el respeto de los recíprocos derechos y deberes.

Ningún poder puede abolir el derecho al matrimonio ni modificar sus características ni su finalidad. En todas las culturas existe un cierto sentido de la dignidad de la unión matrimonial, aunque no siempre se comprenda con la misma claridad. La sociedad no puede disponer del vínculo matrimonial, con el cual los dos esposos se prometen fidelidad, ayuda recíproca y apertura a los hijos, aunque le compete a la sociedad regular sus efectos civiles.

El matrimonio tiene como rasgos característicos:

  • la totalidad: entrega recíproca en todos los aspectos de la persona, físicos y espirituales.
  • La Unidad: uno con una, que los hace una sola carne.
  • La indisolubilidad y la fidelidad: donación recíproca y definitiva.
  • La apertura a la fecundidad.

La naturaleza del amor conyugal exige la estabilidad matrimonial y su indisolubilidad. La falta de estos requisitos perjudica la relación de amor exclusiva y total, trayendo consigo graves sufrimientos para los hijos e incluso efectos negativos para el tejido social.

La introducción del divorcio en las legislaciones civiles se ha manifestado ampliamente como una verdadera plaga social.

El amor conyugal está, por su naturaleza, abierto a la vida. En la tarea procreadora se revela de forma eminente la dignidad del ser humano.

La familia fundada en el matrimonio es el ámbito donde la vida puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a los que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano.

Servir a la vida supone que las familias trabajen para que las leyes no violen de ningún modo el derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, sino que la defiendan y promuevan.

El juicio acerca del número de hijos corresponde solamente a los esposos.

 

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