Cristo tiene la capacidad de colmar la sed de felicidad, amor, libertad, verdad y belleza que nos tiene a todos inquietos en esta tierra. Desde el punto de vista cristiano, el ser humano se entiende a sí mismo por los siguientes misterios que están relacionados entre sí:

1.- Elección. Se refiere a un designio previsto desde antes de la creación, pero revelado únicamente al venir Jesucristo al mundo: “Dios, en atención a Cristo, nos ha elegido antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin defecto alguno, por medio del amor. Nos ha elegido de antemano, por medio de Jesucristo, para ser sus hijos adoptivos, porque así lo quiso voluntariamente, para que alabemos su gloriosa benevolencia, con la que nos agració en el Amado” (Ef 1,4-6). Notamos que no se menciona aquí el pecado ni la redención.

2.- Creación. El ser humano es creado en comunión con Dios. La única criatura que ha sido amada por Dios por sí misma. Pero sin que el humano dejara de ser una criatura. La creación establece una infinita diferencia entre Dios y todas las criaturas. La humanidad es creada por Dios para que, por medio de la prevista Encarnación, pudiera unirse a Cristo, mediante el don del Espíritu Santo.

3.- Pecado. Aparece en la historia una situación de pecado que pone un peso tremendo sobre la condición humana. Algo no querido por Dios. Es un intento de sobrepasar el límite infranqueable entre una criatura y su creador. El barro se revela contra el alfarero. Ello nos deja esclavos del mal y acarrea muerte y múltiples sufrimientos. El hombre que conocemos en la historia es un hombre caído. La humanidad, y la creación toda, se ven inundadas por el pecado y, con él, por la muerte. Por tanto, se hace necesaria una rehabilitación de la cual la humanidad es incapaz por sí misma. El pecado no destruyó el plan eterno de Dios que todo lo prevé. Si los hijos de Adán desean salvarse, necesitan que, al encarnarse el Hijo de Dios, incluya una redención.

4.- Encarnación. Por eso, la Encarnación de Cristo implica:

4a.- Redención. O justificación de la humanidad. Esa liberación que se ha hecho necesaria desde que el hombre se separó de Dios. Jesucristo, por su Misterio Pascual de muerte y resurrección, realiza en nosotros el rescate, la reconciliación y la transformación que nos hace recuperar la inicial armónica relación de paz con nuestro creador. No hay otro Nombre que pueda salvarnos si no es Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Porque, en su infinita misericordia así le pareció bien. Por eso Efesios continúa diciendo: “Por medio de su sangre conseguimos la redención, el perdón de los pecados, gracias a la inmensa benevolencia que ha prodigado sobre nosotros, concediéndonos todo tipo de sabiduría y conocimiento” (Ef 1,7-8). El alto precio que Jesucristo, Dios y hombre verdadero, ha pagado por nuestra liberación significa dos cosas que determinan nuestro ser: a) Cuán graves son nuestros pecados. b) Cuánto nos ama Dios.

4b.- Elevación. Somos elevados desde hombre viejo (hijo del primer Adán, pecador) hasta el hombre nuevo (injertado en Cristo, nuevo Adán). La participación en la vida divina (la gracia), tiene lugar el la Iglesia, por la conversión, la Fe, y el Bautismo. Cristo es el camino para alcanzar la plena realización a la que todos hemos sido destinados desde antes de la creación del mundo: que seamos hijos de Dios en la medida en que nos unimos a Cristo.

Este acto elevante tiene como objetivo que la persona bautizada participe en la misma relación que tiene Dios Hijo con Dios Padre. Estamos hablando de la entrada de la criatura humana en el mismo santuario de la propia vida de Dios Trino.

La existencia en y para Cristo es la única realidad a la que todos estamos llamados. Ignorarlo sería desconocer nuestra más íntima identidad. Solo la fe ofrece la verdad total sobre el hombre, porque solo la fe nos hace conocer el propio fin.

El ser humano no podía imaginar que, aun habiendo pecado él, Dios lo iba a redimir pagando un precio tan alto. Todo es algo totalmente gratuito, fruto de la libre iniciativa de Dios y de su infinito amor misericordioso.

Y, sin embargo, este misterio inesperado, y revelado por Cristo tiene la capacidad sorprendente de responder a la más íntima aspiración de infinito que todos sentimos naturalmente. Cristo tiene la capacidad de colmar la sed de felicidad, amor, libertad, verdad y belleza que nos tiene a todos inquietos en esta tierra.

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