“Gracias a la vida, que me ha dado tanto”. No hay duda que la vida es una aventura en la nos toca vivir las más variadas experiencias, unas muy hermosas y otras que, por ser muy malas o feas, incluso decimos, que no se las deseamos ni a nuestro peor enemigo. Pero buenas o malas, lindas o feas, nos toca vivirlas.

Son estas experiencias las que nos han llevado al aprendizaje de tantas cosas, porque tanto de lo bueno, como de lo malo, siempre se aprende algo. Es así como han nacido tantos dichos populares, portadores todos de un poco de sabiduría, de esa sabiduría que solo se adquiere en la medida en que se vive.

Finalmente hemos aprendido que la vida es una escuela en la cual el mejor maestro es el tiempo. Y todo esto a que viene. Pues simplemente, que también yo estoy aprendiendo de la vida y de vez en cuando se me ocurre escribir alguna de las reflexiones aprendidas, pensando que, si para mí ha sido valiosa, lo puede ser también para otras personas.

Por lo general las personas nunca se preguntan por que les suceden cosas buenas, lo consideran como lo más común y que siempre debiera ser así . Es más, algunos ni siquiera las valoran o las agradecen. Pero cuando les suceden cosas “malas”, entonces sí surgen muchas preguntas y no pocas veces serios reclamos a la vida y al mismo Dios.

Si un día de trabajo o de paseo todo salio bien, no hubo problemas en el camino, se pudo disfrutar como se había pensado y al final del mismo se regresa a casa para descansar comodamente y esperar el inicio del nuevo día, a nadie se le ocurre preguntarse ¿por qué a mí ? ¿Por qué hoy todo estuvo bien? ¿Por qué no tuve dificultades? ¿Por qué no hay llanto ni dolor en mi corazón? ¿Por qué ninguno de mis seres queridos esta sufriendo? Pero si ese día las cosas fueron distintas y sí hubo problemas, las cosas salieron mal, el corazón esta destrozado por un dolor que llegó, entonces sí es muy común que nos preguntemos ¿Por qué ? O como sucede en tantas ocasiones, ¿por qué a mí ? O peor, ¿por qué solo a mí ? ¿Por qué ese fracaso? ¿Por qué ese accidente? ¿Por qué esa enfermedad? ¿Por qué terminé en un hospital? ¿Por qué deben sufrir mis seres queridos? ¿Por qué la muerte repentina de esa persona que tanto amo? ¿Por qué ? ¿Por qué? ¿Por qué? Y cuántas veces esos ¿porqués? se convierten en un serio reclamo a Dios, pues cuando las cosas resultan muy adversas, pensamos que no es justo y hasta llegamos a la conclusión de que Dios es malo.

¿De veras será malo Dios porque las cosas no me salen como yo quisiera? De hecho, he conocido a muchas personas enojadas con Dios, reclamando por las cosas “malas” que les ha tocado vivir y en serio se pelean con Dios. Pero cuando aprendemos a vivir con menos preguntas y más confianza en Dios, la vida nos va enseñando que todo tiene un propósito, que nada llega de gratis y que cada circunstancia es una nueva oportunidad para aprender cosas nuevas y para entender que no todo lo que yo pensaba que era bueno o malo, lo era de verdad.

El tiempo explica muchas cosas que en el momento no nos era posible comprender. Por lo tanto, con estas líneas quisiera motivarles a saber encontrar en cada cosa que vivimos, “buenas o malas”, la respuesta correcta a los porqués y descubrir que todo lo vivido es una escuela en la que estamos llamados a aprender, a veces para nosotros mismos, a veces para los demás, que en esta vida nada es absolutamente bueno, ni absolutamente malo, porque absoluto solo es Dios.

Aprendemos que no nos ha tocado vivir una vida buena o una vida mala, sino que nos ha tocado vivir la vida y cada día elegimos si la vivimos con una actitud buena o con una actitud mala. Eso es lo que marca la diferencia, lo que hace que la vida sea linda o fea.

Conozco a muchas personas que estando en una silla de ruedas saben sonreír todos los días, aunque no puedan caminar porque simplemente no tienen piernas y conozco a otras muchas que, con ambas piernas sanas, caminando por todo lado, pasan amargadas todo el día y así tantos ejemplos semejantes, que todos conocemos.

Por ahí alguien confesó que dejó de quejarse de sus zapatos hasta que se encontró con uno que no tenía piernas.

Es una decisión que se toma en forma personal cada día. ¿Y qué papel juega Dios en todo esto? A mi modo de ver es que existen muchas personas hablando de Dios, pero sin conocerlo o conociéndolo muy poco. Y claro, como Dios no se defiende ante nuestra ignorancia, parece que todos tenemos derecho a opinar de Él, a juzgarlo e incluso a condenarlo.

¡Cuántos han llegado a la conclusión de desecharlo porque desde sus juicios esta claro que no sirve para nada! San Pablo, escribiendo a los Romanos les dice: “Pero tú, ¿quién eres para discutir con Dios? ¿Puede el objeto modelado decir al que lo modela: ¿Por qué me haces así? ¿No es el alfarero dueño de su arcilla, para hacer de un mismo material una vasija fina o una ordinaria? ¿Qué podemos reprochar a Dios, si queriendo manifestar su ira y dar a conocer su poder, soportó con gran paciencia a quienes atrajeron su ira y merecieron la perdición? Y si él quiso manifestar la riqueza de su gloria en los que recibieron su misericordia, en los que él predestinó para la gloria, en nosotros, que fuimos llamados por él, no solo de entre los judíos, sino también de entre los paganos, ¿qué podemos reprocharle?” (Rom. 9, 20-24) (Ver tambie n Jeremí as, 18, 1-6).

Con facilidad olvidamos que Él es el creador y nosotros somos solo sus creaturas, que Él es el dueño de todo, que venimos de Él y a Él volvemos. Entonces, ¿por qué nos sentimos con derecho a reclamarle, a juzgarle o peor a condenarle porque simplemente no atiende a nuestras “plegarias” y no nos concede todo lo que le pedimos, si para eso es un Dios bueno y todopoderoso?

¿Pretendo con esto defender a Dios? De ninguna manera, pues Dios no necesita ser defendido por nadie y menos por mí . Lo que pretendo es compartir lo aprendido en la escuela de la vida. Lo dramático de la vida es que fácilmente olvidamos que cada nuevo amanecer es ya una bendición, que poder respirar es ya una bendición, que el poder levantarnos de la cama es ya una bendición, que el tener con que cubrir nuestro cuerpo es ya una bendición, que el tener todos los días un trozo de pan, es ya una bendición y así tantas otras bendiciones que recibimos cada día y la mayoría de ellas en forma gratuita, porque si lo pensamos bien, no son muchos los méritos que tenemos para “tener derecho” a ellas.

Entonces considero que lo realmente importante no es lo que nos tocó vivir, sino la actitud con la que aprendimos a vivir, desde la cual hemos sabido sacar el mejor provecho de cada experiencia.

Hemos aprendido a vivir agradecidos con lo que tenemos, sea mucho o poco, hemos aprendido a dar de lo que tenemos y hemos aprendido a amar la vida que tenemos, la salud que tenemos, la familia que tenemos, el trabajo que tenemos, porque en la escuela de la vida finalmente aprendimos que todo tiene un propósito y que el Dios que nos creo por amor nunca nos dejará de amar, porque en ese preciso momento, dejaremos de existir.

Entonces sí vale la pena cantar todos los días: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto”.

Que Dios les bendiga y llene de corazones de gozo, de amor y de paz.

P. Ángel Prado Mendoza, sdb

 

Artículos relacionados.

Compartir