mama margarita En San Salvador, El Salvador, un centenar de ancianos y ancianas acuden cada día al Comedor Mamá Margarita para su desayuno y almuerzo. Cada día quiere decir los 365 días del año.



Con su respectivo carnet son acogidos por el equipo de servicio integrado por una directora y seis cocineras.

El salón comedor es amplio, con mesas largas, todo luminoso y limpio. La cocina bien equipada. Allí se prepara cada día un menú diferente, de calidad.

Estos ancianos y ancianas arrastran historias dolorosas: la mayoría, abandonados por sus hijos. Duermen en dormitorios públicos o donde se pueda, a veces en la calle.

La originalidad de este servicio social es que se inspira en el espíritu salesiano de la bondad. Estas personas de la calle suelen ser ignoradas en el mejor de lo casos.

En el Comedor Mamá Margarita son acogidos como personas dignas de respeto, con cariño. Allí encuentran alimento para el cuerpo y calor humano para el espíritu.

¿Qué cómo se financia este proyecto humanitario? Como Don Bosco, quien creía que María Auxiliadora no lo abandonaría en sus atrevidos proyectos educativos. Empresarios, gente común y corriente, aún personas no muy solventes económicamente ofrecen ayudas monetarias o en especie. Las ayudas fluyen constantes, a veces más, otras apretaditas, como en este tiempo de epidemia. La Parroquia María Auxiliadora, responsable del proyecto de caridad social, se responsabiliza de que nada falte.

Claudia Ascensio, directora del Comedor Mamá Margarita, habla con emoción del proyecto. Se considera afortunada de mantener vivo este espacio providencial para personas que tienen cerradas todas las oportunidades. Ella siente que hay una fuerza providencial invisible que alienta este exquisito proyecto en favor de los últimos.

Para conocer mejor esta obra caritativa, se puede visitar la página en Facebook: Comedor Mamá Margarita.


Soy administradora del Comedor Mama Margarita desde hace cinco años. Es el mejor lugar en el que Dios me puede tener. Le pedí a Mamá Margarita que me ayudara a estar en un lugar donde pudiera servir... y me trajo a su casa.

Alguien podría pensar que no es propio de una persona cualificada compartir su tiempo con personas de la calle. Puedo afirmar que eso es lo más maravilloso que puedo hacer como persona y como profesional. Es mi verdadero servicio para lo que estudié, me preparé, aprendí. Darlo a los demás es lo mejor de mi vida.

No hay trabajo que dignifique más que servir al necesitado. Y un servicio de calidad. Yo disfruto hacer el menú, conseguir las donaciones, cocinar, servir los alimentos, platicar con los abuelitos.

En este lugar he podido ver la mano de Dios todos los días, de diferentes formas: en la sonrisa de la persona abandonada, cansada de caminar en la vida; en las donaciones recibidas cuando pensaba que ya no había nada; en la dulce expresión de gratitud del anciano o la anciana. Es el amor de Dios en acción. Es lo que me llena de vida.

Me encanta mi trabajo. Me encanta lo que soy y lo que hago. Es una bendición de Dios para mí.

Claudia Ascencio

 

Este artículo está en:

Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 254 Noviembre Diciembre 2021

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