El oratorio es el ambiente educativo mas completo Don Bosco, recién ordenado sacerdote, no se quedó en una sacristía o en una oficina parroquial. Daba vueltas por las calles de Turín; y allí, en los mercados, talleres, barberías y obras en construcción, descubrió la triste situación de los muchachos: su soledad, pobreza, explotación e ignorancia.

Eran pequeños inmigrantes en busca de trabajo, que habían dejado su pueblo, su familia, su parroquia, y estaban expuestos a los mil peligros de la ciudad.

Don Bosco no bajó la vista, no miró para otro lado ni se cruzó de brazos. Tuvo una intuición: había que actuar antes de que fuera demasiado tarde, antes de que esos muchachos cayeran en las redes de la vagancia, malas juntas, vicios, sectas y cárcel. Pensó: “Es preferible y más beneficioso prevenir el mal que correr después al rescate. Debo ofrecer a esos muchachos, antes de que sus corazones se maleen, un ambiente sano de amistad y alegría, un lugar propicio para inculcar en sus corazones principios y costumbres de bien, valores e ideales por los que los muchacho, más tarde, instintivamente rechacen el mal y escojan el bien”. ¡Y entonces Don Bosco inventó el “Oratorio”! El Oratorio, en opinión del célebre Humberto Eco, es el ambiente educativamente más completo, más “integral”.

Pasaban las semanas y los meses. Y Don Bosco poco a poco iba respondiendo a las necesidades crecientes de los muchachos. Había comenzado con apenas un prado para los juegos y una capilla para los actos religiosos. Pero al darse cuenta de que muchos no tenían hogar, o no sabían leer, o no estaban capacitados para el trabajo, Don Bosco fue multiplicando para ellos los servicios educativos. Los muchachos encontrarán en la casa de Don Bosco pan y hogar, juego y alegría, compañía y amistad, estudio y aprendizaje de un oficio, coro, banda musical, declamación y teatro, excursiones y fiestas religiosas, abundante palabra de Dios, vida sacramental, presencia viva de la Santísima Virgen y una propuesta de santidad al alcance del muchacho.

Todo ello en un ambiente de disciplina y buen empleo del tiempo, pero en estilo de familia, no de cuartel; por convicción, no por miedo al castigo. En un clima de familia y de cercanía. Los educadores (concretamente los salesianos) estaban con ellos, en medio de ellos, compartiendo sus juegos y oraciones. Comentaba Don Bosco: “Cuando los muchachos se sienten amados por sus educadores, aman y hacen las cosas con buena voluntad”.

En la cultura actual, la acción educativa se ha ‘especializado’, los educadores se han repartido la tarea: el profesor enseña ciencias, el instructor capacita en carpintería, el entrenador prepara para el basquetbol, el catequista forma en la fe. Don Bosco es otra cosa: es un padre que se preocupa por el bienestar físico y espiritual de sus muchachos, por su promoción personal e integración social. Los valoriza, les asigna responsabilidades, los hace sentirse dignos, los prepara para la vida. Los llama a ser “honrados ciudadanos y buenos cristianos”. Los quiere ver “felices en esta vida y en la otra”. Total, los ama; hace lo que en una buena familia cristiana harían papá y mamá por sus hijos.

Ese conjunto armónico de elementos educativos es lo que la tradición pedagógica salesiana ha llamado “promoción integral” y lo ha expresado con el lema “educar evangelizando y evangelizar educando”.

Y no son teorías, no son utopías. Yo viví ese denso ambiente educativo cuando hace setenta años (1946) entré en una casa salesiana.


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