En C.A el 14% de los alumnos han abandonado la escuela Invocar el término “emergencia” referido a la educación pública centroamericana puede sonar exagerado y alarmista.
La realidad, en cambio, de la situación es más bien deprimente.

No hace falta ser sociólogo para advertir el estado de calamidad que vive la educación en la varios países de nuestro pequeño mundo de Centro América. Basta asomarse a muchas escuelas públicas y constatar el estado de calamidad en que se encuentra la mayoría de ellas.

La desventaja de los niños en edad escolar aumenta conforme se adentra uno en las áreas rurales. Entre más remotas, peor. Los periódicos reportan con frecuencia la decadencia del sistema educativo nacional en gran parte de las poblaciones centroamericanas. Edificios escolares en franco deterioro, carencia de recursos didácticos elementales, escasa y poco efectiva supervisión escolar. Añádase el poco estímulo a la profesión de educador.

Los altos índices de pobreza obligan a los niños en edad escolar a dedicar gran parte de su tiempo al trabajo familiar en detrimento de su aprovechamiento educativo.

Los tres países del así llamado Triángulo Norte (Guatemala, El Salvador, Honduras) sufren además la pesadilla de las maras o pandillas que, entre otros efectos, interfieren en el proceso educativo con amenazas, extorsiones, invasión de escuelas y reclutamiento de nuevos miembros.

El narcotráfico es la tentación casi irresistible para niños y jóvenes pobres, pues encuentran allí un modo fácil de conseguir abundante dinero mediante la venta al menudeo de la droga y terminan atrapados en el círculo infernal del consumo o de la delincuencia.

Los padres de familia se ven obligados a buscar en la educación privada una alternativa decente para sus hijos, lo cual los obliga a un doble costo oneroso. En primer lugar, pagan sus impuestos al Estado, que debería ofrecer a cambio una educación de calidad. En segundo lugar, deben desembolsar costosas cuotas escolares a instituciones privadas que intentan suplir lo que el Estado no puede o no está interesado en ofrecer.

Habría que señalar también la mala calidad de la enseñanza, todavía anclada en el memorismo y en la carencia de recursos didácticos modernos. Muchos maestros trabajan en la educación como un oficio para subsistir, sin pasión educativa.

Este panorama sombrío explica la alta deserción escolar. Conforme avanza el proceso educativo del nivel primario al secundario y terciario, la cantidad de estudiantes se adelgaza notoriamente. Este embudo educativo va impidiendo a la mayoría de la población juvenil el necesario ascenso social, comprometiéndose así el desarrollo de una población educada, autónoma y emprendedora.

Estos trazos “negros” sirven como esquema de una realidad educativa pobre, que bloquea el futuro de las nuevas generaciones. Eso no excluye el hecho de que haya llamativas excepciones valiosas. Más bien, estas excepciones honrosas acentúan el relieve nefasto de un proyecto educativo nacional fallido, que estaría llamado a ser la vía de desarrollo de la persona humana, y que, de hecho, lo obstaculiza o bloquea.

Es así como el proyecto educativo nacional, que debería acompañar a la población más vulnerable en su camino a la madurez humana, termina ofreciéndole un mezquino servicio que no le ayuda a adquirir el desarrollo intelectual, social y moral necesario para una vida digna.

Estadísticas.










































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