Foto de J Plenio Una de las sabias directivas que nos da san Pablo para ir por el camino de la voluntad de Dios se encuentra en la carta a los Efesios, cuando escribe: “No vivan neciamente, sino con sabiduría. Aprovechen bien el tiempo, porque los días son malos.

No actúen neciamente: procuren entender cuál es la voluntad de Dios. El hombre carnal carece de la sabiduría de Dios, por eso actúa neciamente”.

En tiempo de Pablo los días “eran malos”, es decir, no propicios para vivir el evangelio. Nuestros días son lo mismo: no se nos invita a vivir el evangelio; todo lo contrario, se nos empuja hacia lo mundano, lo antievangélico. La solución que propone san Pablo es “buscar la voluntad de Dios” a toda costa. La clave en esa búsqueda consiste en dejarse guiar en todo por la palabra de Dios y por el Espíritu Santo.

Felipe era un hombre lleno del Espíritu Santo. Mientras está predicando en Samaria es impulsado misteriosamente al desierto. Se deja llevar, aunque sin sentido, en ese momento en que está predicando. Luego es impulsado a acercarse a un carruaje que pasa delante de él. Tampoco tiene sentido. Pero luego, todo se aclara: en el carruaje va un etíope pagano leyendo la escritura sin entenderla. Felipe comprende ahora cuál es la misión para la que lo ha traído el Espíritu Santo. Felipe evangeliza al etíope que acepta a Jesús y pide ser bautizado. El etíope regresa lleno de gozo a Etiopía para ser seguramente el primer evangelizador en suelo africano. A Felipe, la biblia lo muestra como un hombre lleno de bendición, de poder de Dios, de gozo. Es por que se deja “empujar” por el Espíritu Santo, que lo lleva a hacer la voluntad de Dios en todo.

Jonás, por el contrario, es exhibido en la biblia como alguien atormentado, lleno de conflictos, frustrado. Es porque, en lugar de ir a Nínive, a donde Dios lo ha enviado, se va a Tarsis. Dios lo quiere salvar de la perdición y por eso provoca una tormenta que va a inducir a los marineros a que echen al mar a Jonás como causante de desgracias. Jonás es tragado por una ballena. En el seno del gran cetáceo Jonás reconoce sus pecados y pide perdón. Dios le concede una segunda oportunidad. Jonás va a predicar y obtiene una conversión masiva de la ciudad de Nínive.

La paz todavía no le llega a Jonás porque su conversión no es profunda. Solamente estaba “asustado” y no convertido. Asustado por haber ido a parar al vientre de una ballena. Ahora, Jonás está disgustado porque Dios ha tenido compasión de los sucios paganos de Nínive. Jonás como judío odia a los paganos. Por eso Jonás está insatisfecho. Dios tenía que haber castigado a los ninivitas. Mientras Jonás descansa a la sombra de un ricino, un gusanito roe la raíz del ricino, que se seca al instante. Jonás se enfurece, quiere morir. Dios termina la obra de conversión del duro profeta: le hace ver que, si él tiene compasión de un ricino, con mucha mayor razón él debe tener misericordia por todos los habitantes de Nínive. Al fin le llega la paz al conflictivo profeta Jonás porque ya aceptó ir por el camino de la voluntad de Dios.

Le costó mucho al profeta Jonás encontrar la paz de su corazón. Dios tuvo que ayudarlo provocando una terrible tormenta que le valió a Jonás ir al vientre de un gran cetáceo. Dios quiere nuestra paz; pero esa serenidad y armonía que afanosamente buscamos en Tarsis – los caminos del mundo- solamente se encuentra en Nínive - el lugar de la conversión, el camino de Dios. Las tormentas que Dios permite en nuestra vida están encaminadas a llevarnos a Nínive, a la conversión, al camino de la voluntad de Dios. Es un duro aprendizaje; pero no hay otra salida: o Tarsis de los conflictos o Nínive de la conversión y la paz del espíritu.

Dios quiere bendecirnos como Abrahán; pero hay una condición; “Hay que salir” de nuestra voluntad para hacer la voluntad de Dios. Para eso se requiere una confianza total en el tiempo y en el plan de Dios. Cuando nos atrevemos a confiar en el plan de Dios y en sus órdenes misteriosas, la paz de Dios morará en nuestro corazón.

Dios nos quiere usar como instrumentos valiosos de gracia para otros, como el evangelizador Felipe; pero para eso hay que aprender a dejarse “empujar” por el Espíritu Santo, que nos lleva a desiertos indeseables, que nos “invita” insistentemente a acercarnos a personas y circunstancias que no nos atraen. Cuando, como Felipe nos dejemos llevar por la fuerza del Espíritu, nos vamos a dar cuenta de que vamos a ir a parar al lugar más apropiado para nosotros, el lugar de la voluntad de Dios, el lugar de su bendición, que trae el gozo y la paz que no hemos encontrado en otros lugares.

La situación de toda nuestra vida está perfectamente definida en el salmo 1: o somos personas llenas de conflictos e insatisfacción, al escoger nuestra voluntad- Paja arrastrada por el viento-. O somos bienaventurados, llenos del gozo del Espíritu Santo- árboles con mucho fruto, plantados junto al río de la voluntad de Dios-.

A nosotros nos toca escoger. Y no es nada fácil.

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