"Luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo" / Fotografía: Cathopic-marilopz El Espíritu Santo es la menos conocida de las personas de la Trinidad. Intentemos conocerlo por los efectos de su acción en los apóstoles, a partir de Pentecostés.

Recordemos que la muerte de Cristo en la cruz constituyó una tremenda ruptura; fue un escándalo que puso a los Apóstoles en fuga. Jesús lo había previsto: “Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado en que se dispersarán cada cual por su lado y a mí me dejarán solo” (Jn 16,32). Recordemos los discípulos de Emaús (Lc 24,13ss).

Los discípulos no habían comprendido todavía el plan de Dios Padre al enviar a Jesús. Todavía el día de la Asunción, aunque lo habían visto resucitado durante 40 días, los Apóstoles preguntaron a Jesús: “¿Es ahora cuando vas a restablecer el Reino de Israel?” (Hch 1,6). Estaban confundidos.

El tremendo cambio se dio en Pentecostés, al recibir la infusión del Espíritu Santo. Entonces tienen lugar una serie de acontecimientos insospechados.

1- Primer discurso de Pedro en público (Hch 2,14ss), habiendo dejado el cenáculo donde se escondían por miedo, Pedro denuncia y anuncia: “Que todo el pueblo de Israel reconozca que a este Jesús crucificado por ustedes, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías... Arrepiéntanse y háganse bautizar invocando el nombre de Jesucristo, para que se les perdonen los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo... Pónganse a salvo, apártense de esta generación malvada”. Sabemos quién y cómo era Pedro: presumido, cobarde, ignorante. ¿Qué le ha pasado? Fue el Espíritu Santo.

2- Curación de un paralítico (Hch 3, 1ss). A la puerta del templo les pidió limosna. Pedro le dijo: ‘No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy. En nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y camina”. Y veamos lo que sucedió después:

3- Pedro y Juan ante el Sanedrín (Hch 4,1ss). “El Sumo Sacerdote preguntó: ‘¿Con qué poder han curado a un tullido? Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: ‘Sepan todos ustedes y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Él es la piedra que ustedes, los constructores, han despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debemos salvarnos’. Todos quedaron sorprendidos al ver la valentía de Pedro y Juan, sabiendo además que eran hombres sin instrucción ni cultura... Y se preguntaron: ¿Qué haremos con estos hombres? Vamos a amenazarlos para que no hablen ya más a nadie en nombre de ése. Más Pedro y Juan les respondieron: ‘Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído’”.

4- Prendimiento y milagrosa liberación (Hch 5,18ss): “Echaron mano a los apóstoles y los metieron en prisión. Pero el ángel del Señor, por la noche, abrió las puertas de la cárcel, los sacó y les dijo: ‘Vayan, preséntense en el Templo y comuniquen al pueblo todo lo referente a esta Vida.’ Ellos obedecieron, y al amanecer entraron en el Templo y se pusieron a enseñar. Al día siguiente, el Sumo Sacerdote convocó al Sanedrín y envió a buscarlos a la prisión. Al llegar los alguaciles y al no encontrarlos en la cárcel, volvieron a darles cuenta de lo sucedido... Se presentó entonces uno que les dijo: ‘Miren, los hombres que encerraron en la cárcel están presentes en el Templo y siguen enseñando al pueblo’. Los trajeron, pues, pero sin violencia. El Sumo Sacerdote los interrogó: ‘Les prohibimos severamente enseñar en ese nombre; sin embargo, han llenado Jerusalén con su enseñanza y pretenden hacernos culpables de la muerte de ese hombre.

Pedro y los apóstoles respondieron: ‘Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros antepasados resucitó a Jesús, a quien ustedes mataron colgándolo de un madero. Y Dios lo ha exaltado con su diestra como jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estos hechos, y también el Espíritu Santo que ha dado a los que le obedecen’. Interviene entonces Gamaliel para decirles: ‘Murió Jesús y sus discípulos no se han dispersado, como suele suceder. A ver si, a la postre, nos vamos a encontrar luchando contra Dios’. Entonces llamaron a los apóstoles y, después de haberlos azotado, les intimaron que no hablasen en nombre de Jesús. Luego los dejaron en libertad. Ellos abandonaron el Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre. Ni un solo día dejaban de enseñar en el Templo y por las casas, y de anunciar la Buena Nueva de que Jesús es el Cristo”.

¡Qué gran transformación en Pedro! Jesús había dicho: “El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn 14,16).

 

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