Desde que la Palabra se hizo carne, ya podemos saber quién es Dios. Rietberg Klosterkirche St. Katharina Una de las afirmaciones más extraordinarias de Juan en su Evangelio es cuando escribe : "Y la Palabra se hizo carne , y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como su Hijo único, lleno de gracia y de verdad".(Jn l,l4). Aquí se encuentra sintetizado el misterio de la "encarnación" de la Palabra de Dios. Dios, por medio de Jesús, se humaniza. Viene a poner su Morada entre nosotros. En el Antiguo Testamento Dios se manifestaba de manera especial en el Tabernáculo, especie de santuario portátil a través del desierto. En el Nuevo Testamento, Jesús es el nuevo Tabernáculo. En él se manifiesta Dios. San Pablo lo captó bellamente cuando afirmó que Jesús es "la imagen visible del Dios invisible "(Col l,l5).

Desde el momento que la Palabra se "ha hecho carne ", se ha humanizado, ya podemos saber quién es Dios y cómo es Dios. Ver a Jesús en el Evangelio es saber quién es Dios. Cómo ama, cómo perdona, cómo sana, cómo salva, cómo llena de vida abundante.

Lleno de Gracia y de Verdad

San Juan, además, da su testimonio acerca de lo que él mismo contempló en Jesús. Dice Juan que contempló la "gloria" de Jesús, y que lo vio "lleno de gracia y de verdad". La Gloria de Jesús es la "gloria de Dios " que se manifiesta en Jesús. Cuando se descubre a Jesús, se descubre la gloria de Dios. Ante el primer milagro de Jesús, en Caná de Galilea, san Juan dice que Jesús "manifestó su gloria" (Jn 2,11). Se manifestó el poder de Dios en Jesús. Eso redundó en la gloria de Dios. Juan asegura que, al ver el poder de Dios en Jesús, sus primeros discípulos "creyeron en él". Cuando en el Evangelio vemos el poder de Dios obrando en Jesús, nace en nosotros la fe en Jesús. O se acrecienta la fe que ya tenemos. Por eso san Pablo aseguraba que "la fe viene como resultado de la predicación que nos expone el mensaje de Jesús" (Rom 10,l7). Cuando vemos a Jesús actuar con poder, cuando en Jesús se revela la gloria de Dios, creemos en Jesús. Nuestra fe en él se inicia o se robustece.

La carta a los Hebreos explica que Jesús es "el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma de lo que Dios es" (Hb l,3). Jesús es el "resplandor de Dios". La gloria de Dios se manifiesta en Jesús por medio de su poder que se convierte en amor, en perdón, en sanación, en salvación para la humanidad caída. Todo lo que Jesús lleva a cabo redunda en gloria de Dios. El rostro de Dios se aprecia con claridad en la personalidad de Jesús.

Yo soy la Verdad

San Juan también nos dice que contempló a Jesús lleno de gracia y de verdad. Todo lo que Jesús trae es don, es Gracia. Algo inmerecido. Que no podemos alcanzar con nuestros propios méritos. Que se nos da la posibilidad de obtener debido a la misericordia de Dios hacia nosotros. Jesús mismo es el don más grande de Dios para sus hijos.

Juan, además, comparte con nosotros que contempló a Jesús lleno de Verdad. Jesús mismo afirmó: "Yo soy la verdad" (Jn l4,6). Antes de Jesús, los hombres expusieron sus "verdades". Cada uno esgrimía sus argumentos para probar su verdad. Con Jesús nos llega la Verdad total. Antes de Jesús, los hombres se esforzaron en intuir quién era Dios. Con Jesús, nos llega la Verdad acerca de Dios. Sólo Jesús nos puede decir quién es Dios, pues él mismo es Dios. En Jesús vemos la imagen visible del Dios invisible (Col l,l5).

Jesús, vino a enseñarnos a vivir en la Verdad. "La verdad los hará libres ", (Jn 8,32), decía Jesús. Para eso, el Señor les prometió a sus discípulos que les enviaría al Espíritu Santo que los llevaría a toda la verdad (Jn l6,l3). La verdad que Jesús enseña no es para filosofar. Es para que sea aceptada; para ponerla en práctica.

Un acercamiento sincero a Jesús debe llevarnos a contemplar en él la Gracia y la Verdad. A descubrir la gloria de Dios en todas sus palabras y actitudes. Un encuentro con Jesús debe llevarnos a vivir en la Gracia de Dios. En la Verdad de Dios. A buscar la gloria de Dios. En el Nuevo Testamento, Dios nos muestra el resplandor de su rostro en el rostro de Jesús. Ver a Jesús es ver a Dios. Eso es lo que, en resumidas cuentas, nos enseña Juan en su Evangelio.

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