Somos lo que comunicamos, para bien o para mal Así titula el papa Francisco un documento extraordinario acerca del arte, o mejor la virtud que debe distinguir a todo seguidor de Jesús, por no decir a todo ser humano.

Sorprende el título: hablar con el corazón. Uno estaría inclinado a corregirlo, pues el órgano de la palabra es la lengua. Al profundizar en el contenido del mensaje, pronto se cae en la cuenta de que el título es lo más atinado y expresivo. Sintetiza una visión profunda del estilo comunicativo que todo cristiano debe cultivar.

De hecho, el título es más extenso: Hablar con el corazón en la verdad y en el amor. El uso de la palabra, propia del ser humano, puede convertirse en un arma de doble filo: o construye o destruye. El ideal sería que se utilice para construir relaciones humanas positivas. La realidad, en cambio, nos muestra el extendido uso de la palabra ofensiva, mentirosa, airada.

El arte de hablar en modo convincente exige un entrenamiento en la retórica. Así se lograría hablar con fluidez y elegancia. En eso se distinguen los diplomáticos y oradores. Lo cual no garantiza que un lenguaje refinado pueda llegar al auditorio cargado de veneno.

El papa Francisco insiste en la dimensión cordial de la palabra pronunciada. Cordial, que sale impregnada de afecto al interlocutor. Más que estrategia de buenas relaciones, se trata de algo más hondo: la palabra constructiva debe salir de un corazón puro y compasivo ante las fragilidades del otro.

La palabra, para que sea constructiva, debe brotar de un corazón purificado, que sintoniza con las alegrías, miedos, esperanzas y sufrimientos de los oyentes. Solo entonces será palabra válida, más allá de las apariencias.

Nuestro mundo, como el mundo de todos los tiempos, está desbordado por lenguajes engañosos. Desconfiamos de los políticos, los publicistas, los mercaderes de mensajes engañosos. En principio, nos ponemos en alerta para que no nos vendan gato por liebre.

Somos lo que comunicamos. Para bien o para mal. De un corazón dañado por el odio, la envidia, el resentimiento solo se puede esperar palabras amargas, destructivas. En lugar de envenenar los corazones e intoxicar las relaciones humanas, nuestra palabra amable se vuelve constructiva. De la abundancia del corazón habla la boca, dice el refrán.

Nosotros los cristianos tenemos el privilegio de dejar que Jesús sane nuestros sentimientos venenosos y nos conceda el arte de hablar amablemente y expresar la verdad con valor y libertad.

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