En el corazón de la espiritualidad salesiana, Don Bosco transmitió a sus muchachos un mensaje que iba más allá de las aulas y los patios del oratorio: vivir con alegría y santidad cada momento, de manera que la muerte no fuera un final temido, sino el encuentro más esperado con Jesús. Tres de sus discípulos más recordados, Domingo Savio, Miguel Magone y Francisco Besucco, murieron en su adolescencia, dejando un testimonio de fe y amor que sigue inspirando a jóvenes de todo el mundo.
“¡Qué cosa tan hermosa estoy viendo!”
Domingo Savio (1842-1857) fue uno de los alumnos más cercanos a Don Bosco. Con apenas 15 años, su vida estuvo marcada por un amor intenso a la Eucaristía y a la Virgen María. Era un joven alegre, servicial y profundamente comprometido con la fe. Su frase más conocida, “Prefiero morir antes que pecar”, sintetiza su modo de vivir.
En sus últimos días, debilitado por la tuberculosis, Domingo conservó la serenidad y la esperanza. Su madre fue testigo de sus últimas palabras: “¡Qué cosa tan hermosa estoy viendo!” (Memorias del Oratorio, San Juan Bosco). Murió el 9 de marzo de 1857, con una sonrisa en el rostro, convencido de que iba al encuentro de Jesús.
Un corazón transformado
Miguel Magone (1845-1859) llegó al oratorio de Don Bosco tras una vida en la calle, marcada por la pobreza y la falta de apoyo. Don Bosco lo acogió y, poco a poco, Miguel se convirtió en un ejemplo de alegría, disciplina y amor a la oración.
A los 14 años, cayó enfermo gravemente. Durante su enfermedad, no dejó de animar a quienes lo visitaban, pidiéndoles que rezaran y se prepararan para la vida eterna. Según Don Bosco, Miguel partió con un espíritu tranquilo, agradeciendo a Dios por haberlo encontrado y cambiado. Murió el 21 de enero de 1859, dejando un mensaje de conversión y confianza en el amor divino.
Pureza y entrega
Francisco Besucco (1850-1864) provenía de una familia sencilla en las montañas de Argentera, Italia. Desde pequeño destacó por su devoción al Santísimo Sacramento y por su bondad con todos. En el oratorio, su vida fue un ejemplo de sencillez y servicio.
Enfermo de pleuresía (inflamación del revestimiento de los pulmones y el tórax), afrontó el dolor con paciencia y fe. En sus últimos momentos pidió la Comunión y expresó su deseo de ir al cielo. Murió el 9 de enero de 1864, a los 14 años, dejando como legado la importancia de la pureza de corazón y la fidelidad a Dios.
Estos tres jóvenes salesianos vivieron intensamente el mensaje de Don Bosco: la santidad es posible en la juventud, y se construye en lo cotidiano, con alegría, oración y servicio. Para ellos, morir no fue una derrota, sino el paso hacia la plenitud del amor de Dios.
Su vida recuerda que la verdadera meta no está en la duración de los años, sino en la intensidad del amor con que se vive. Morir amando a Jesús fue, para ellos, la victoria más grande.
Últimas palabras de Don Bosco
En la mañana del 31 de enero de 1888, en sus momentos finales, Don Bosco estuvo acompañado por varios de sus colaboradores más cercanos y queridos, entre ellos el padre Miguel Rúa, su sucesor, y el sacerdote y misionero Luis Cagliero. También amigos íntimos y jóvenes de la obra lo rodearon con cariño y oraciones, brindándole apoyo espiritual y emocional hasta su último instante. Sus conmovedoras palabras finales, “Quiéranse como hermanos… Hagan el bien a todos, el mal a nadie… Díganle a mis muchachos que los espero a todos en el Paraíso”, reflejan su amor infinito por la juventud, su profunda fe en la comunión eterna y la confianza en el encuentro definitivo con cada uno en el cielo.