Qué significa ser catequista? ¿Te has pregiuntado qué significa se catequista? ¿Cuál es el papel del catequista en la Iglesia? ¿Quién puede ser catequista? ¿Qué se necesita para serlo? Lo primero que debemos tener claro es que todos estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe, aunque cada uno lo hará desde su carisma y particularidad dentro de la Iglesia. Uno de estos carismas es el ministerio del catequista. Al decir "ministerio", nos referimos al carácter de servicionque este implica y a la importancia de prestar bien este servicio a la Iglesia.

Ser catequista no es un privilegio; es el servicio y la responsabilidad de anunciar con fidelidad el Evangelio, educar y permitir a los catequizandos la experiencia de la fe y el encuentro verdadero con Dios en medio de la comunidad eclesial. Por esta razón, este ministerio, al igual que los demás en la Iglesia, responde a un llamado, a una vocación.

Como vocación, el catequista no se limita a la simple transmisión de los dogmas y doctrinas de la fe y la tradición apostólica. Es imprescindible que él mismo viva esta experiencia de fe, y que, con su vida, palabras, actos y gestos, dé testimonio del Evangelio que anuncia.

¿Qué significa que el catequista dé testimonio de su fe? Significa que debe ser una persona familiarizada con la oración, la vida sacramental y la acción misionera de la Iglesia, porque necesita acompañar a aquellos que le han sido confiados. Debe ser alguien con empatía y confianza, capaz de acercarse a sus catequizandos para que, juntos en este camino, crezcan y maduren en la fe.

El catequista llega a donde el sacerdote o el religioso no siempre puede llegar, porque comparte la realidad de los catequizandos, vive en el mundo y, como todos, busca responder a su contexto siendo coherente con su fe. Es el modelo más cercano que los catequizandos pueden tener sobre cómo vivir el cristianismo.

Ante este perfil, podríamos pensar que es imposible ser catequista, que solo los santos podrían cumplir con este ministerio, pero pensar de esta manera está lejos de la realidad. Como los discípulos, los catequistas no realizan esta misión solos; el Espíritu de Dios los acompaña. Como lo expresó san Pablo: "Mi gracia te basta". Además, la Iglesia responde a este llamado facilitando procesos de formación que permitan al catequista desarrollar su ministerio de la mejor manera posible, siempre fiel a su vocación y a la verdad de la fe.

Ser catequista significa se educador, tener la pasión de enseñar y acompañar, hacer crecer la vida espiritual de los catequizandos. Al igual que un padre o una madre, el catequista educa, acompaña y ama, porque así se vive una vocación.

El catequista también sabe adaptarse a las necesidades de sus catequizandos y a su nivel de profundización y vivencia de la fe. No es lo mismo la catequesis de los niños que la de los adultos, ni la de alguien que vive su fe y necesita afianzarse que la de quien nunca ha escuchado el Evangelio. Como Jesús, sabe adaptar su lenguaje a la realidad de sus destinatarios sin distorsionar la objetividad del mensaje.

Podemos entonces resumir este bello ministerio en las palabras del papa Francisco: "Este ministerio posee un fuerte valor vocacional. Es conveniente que al ministerio instituido de Catequista sean llamados hombres y mujeres de profunda fe y madurez humana, que participen activamente en la vida de la comunidad cristiana, que puedan ser acogedores, generosos y vivan en comunión fraterna, que reciban la debida formación bíblica, teológica, pastoral y pedagógica para ser comunicadores atentos de la verdad de la fe, y que hayan adquirido ya una experiencia previa de catequesis".

"SER CATEQUISTA SIGNIFICA SER EDUCADOR, tener la pasión de enseñar y acompañar, que se encarga de hacer crecer la vida espiritual en sus catequizandos".

El corazón de un catequista salesiano

Ser catequista salesiano es mucho más que impartir lecciones de religión; es encarnar y transmitir el mensaje de Jesús con un corazón educador, inspirado en la espiritualidad de san Juan Bosco. Según el Cuadro de Referencia de la Pastoral Juvenil Salesiana, el corazón del educador salesiano se distingue por su cercanía, entrega y alegría. Su entrega es generosa, caracterizada por la paciencia y la fe en el potencial de cada joven, perseverando siempre para sembrar esperanza. Además, irradia alegría, fruto de su confianza en Dios, y transmite a los jóvenes que la fe es una fuente de gozo, mostrándoles que, con esfuerzo y dedicación, pueden alcanzar grandes logros.

 

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