No querer a los hijos es inimaginable. Sin embargo, hoy, en las familias, el analfabetismo emocional parece extenderse cada vez más. La falta de ternura está en su punto más alto. Cuando hablamos de “dureza de corazón” no estamos en el terreno de la fantasía. La “esclerocardia” o “dureza de corazón” habita en todo el mundo.

El psiquiatra Paolo Crepet es muy claro: “Detrás de miles de luces brillantes en los edificios de apartamentos de nuestras ciudades se esconden la soledad, el resentimiento y la depresión. No menos explícito es Marcello Bernardi: “Vivimos en un mundo cada vez más pobre en amor. Este es el gran riesgo que veo ante nuestros hijos”. También el educador Antonio Mazzi: “La crisis más profunda hoy parte de la falta de abrazos, de relaciones, de amistad, de ternura”.

Estrategias

El primer paso es mostrar un cálido estímulo a tus hijos.

Para que tu familia esté llena de calidez y afecto, tienes que crear un ambiente propicio para ello. Quizá digas: “No sabes cómo es mi esposo”, o “mi hijo no es precisamente un ejemplo perfecto de amor, afecto y devoción”. Seguro que tienes razón. Así que empieza a dar pequeños pasos.

Dar pequeños pasos significa ser paciente. Si necesitas repasar muchas cosas con tu hijo adolescente cuando vuelve del colegio, especialmente tareas que él debería haber hecho pero no hizo, es mejor esperar. Al animar a tus hijos y a tu esposo, tiene una oportunidad única de hacerles sentir especiales.

Para animar a tus hijos, también debes presentarles expectativas realistas. Muchos niños tienen una autoestima muy baja. Se comparan constantemente con los demás y creen que sistemáticamente salen perdiendo. Cuando se trata de inteligencia, belleza y dinero, nuestra sociedad no es blanda con esta generación de jóvenes. Si no tenemos cuidado, los padres manifestaremos las mismas expectativas culturales poco realistas que nuestros hijos experimentan cada día. En cambio, la educación basada en el estímulo cálido hace que los niños se sientan queridos y acogidos, incluso en un contexto de disciplina.

Aplicar el “principio de Don Bosco”: ¡No basta amar a los niños, es preciso que ellos se den cuenta que son amados!

Todo el mundo sabe que hay palabras que hielan los corazones, otras que los calientan; palabras que aplastan y palabras que elevan: palabras balas y palabras caricias. Díganme si no son puras vitaminas psicológicas, palabras como estas, dichas al hijo: «¡Eres fabuloso!». «¡Estamos orgullosos de ti!» «¡Es estupendo tenerte como hijo!» Son palabras terapéuticas. No las usemos con cuentagotas: ¡son palabras benditas! Privar al hijo de ellas, es deshidratar su alma, es desvitalizarlo.

¡Quizá no todos sepan que los eruditos siguen buscando una medicina más eficaz que las palabras con cariño!

La “dureza de corazón” se combate con caricias.

Los niños necesitan afecto y contacto físico de sus padres. Si no reciben ninguno, cuando crezcan lo buscarán en otra parte, en personas que puedan instrumentalizarlos. El contacto físico es una forma importante de bendición.

Hace unos años circulaba una magnífica obra titulada “Terapia de los mimos”. Su autor, Piero Balestro, demostró que el contacto piel con piel tiene efectos prodigiosos: favorece el crecimiento, previene enfermedades, mejora el humor, estabiliza el funcionamiento del corazón.

Una cosa es cierta: ¡cinco segundos de caricias comunican más salud que una hora de palabras! Con los mimos enviamos a nuestro hijo mil mensajes positivos. Le decimos: “Te queremos. Nos alegramos de que estés ahí. Nos importas. Eres precioso”. Los arrumacos son tan buenos que algunos psicólogos propagan el “método madre canguro”. El contacto piel con piel entre el bebé y la madre es terapéutico, bueno para el crecimiento.

Los mimos proporcionan al niño la confianza básica en la vida que, según el psicoanalista estadounidense Erik Erikson, es el pilar básico de una personalidad sana. Un niño sin caricias, muy fácilmente, será un adulto aprensivo, ansioso, inseguro, incapaz de serenidad y seguridad.

Por último, la “dureza de corazón” se combate regalando amabilidad.

El mundialmente famoso pediatra estadounidense Benjamín Spock solía recordar a las madres que “el cuidado cariñoso dado con amabilidad a los niños vale cien veces más que un pañal perfectamente ajustado”.

Dar gentilezas, de hecho, es una forma de vida que se sitúa en la orilla opuesta a la «dureza de corazón»: es acompañar al niño a la cama y no despedirlo; es sorprenderlo; es preparar el plato que tanto le gusta; es participar en la obra escolar de fin de curso, aun a costa de dejar un importante compromiso laboral. Ten la seguridad de que tu hijo recordará toda su vida que tu lo preferistes a él antes que a tus compromisos.

Compartir