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La presencia del amor verdadero ¿hará desaparecer el dolor? No. Pero hace que el dolor cobre sentido.Carlos Bliekast (Ser cristiano ¡esa gran osadía!, 1964) me inspira esta reflexión que ayuda a entender los sufrimientos de la vida a la luz del amor que Dios nos tiene; un amor que suscita nuestra gratitud y nuestra total confianza tanto en las buenas como en las malas.

La Trinidad es modelo de toda comunidad humana, comenzando por la unidad familiar. El misterio más importante de nuestra fe es la Santísima Trinidad. Sin embargo, se nos ha presentado tan abstracto que en la práctica prescindimos de él.

Hoy se pretende que la realidad debe someterse a mi idea. Mi pensamiento individual es el origen de todo. Mi pensamiento es la ley.Algunos asistimos con extrañeza a la proliferación actual de nuevos ‘derechos’ tales como contracepción, aborto, divorcio, pornografía, eutanasia, ‘matrimonios’ del mismo sexo, fecundación in vitro, etc.

El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, en vistas de incorporarse a Cristo y ser hijo de Dios. En el fondo de muchas de las extrañezas que los cristianos (y especialmente los católicos) descubrimos en las nuevas ideas sobre ideología de género, feminismo radical, nuevos derechos humanos, transhumanismo y nuevo orden mundial, yace una concepción de la persona y del ser humano completamente distinta a la que estamos acostumbrados en la cultura Occidental proveniente del judeo-cristianismo.

¿por qué ser bueno cuando ello no redunda en mi propio interés material? ¿Por qué actuar moralmente cuando ello exige sacrificios, quizás incluso el sacrificio de la propia vida? Se ha intentado desde el s. XVII una moral laica: un orden moral que se apoya no sobre la voluntad divina, sino exclusivamente sobre la razón humana. Como si Dios no existiera.

Hablar de que la Santísima Trinidad habita en nosotros es lo mismo que hablar de nuestra filiación divina. El fin de esta unión vivificante es transformarnos en la imagen del Hijo y conducirnos al Padre. / Fotografía: CathopicJn 14,23: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.
Jn 6,56: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”.
San Pablo llama a los cristianos templos del Espíritu Santo.