Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón igual al tuyo. Vamos a repasar algunos pasajes evangélicos en los que nuestro Señor manifiesta de modo directo la vida de su Sagrado Corazón.


Ello nos permite penetrar en su secreto más íntimo: se nos permite contemplar un destello de las heridas infligidas a su Corazón por la infidelidad de sus discípulos. Tenemos el privilegio de contemplar su tierno amor por los seres humanos, su continuo mirar a su supremo sacrificio, su ansiedad, su soledad. Incluso se nos concede una mirada al secreto más sublime de su corazón: las mociones dirigidas a su Padre celestial, su abandono en Él, su supremo sacrificio, su amor infinito. En estas revelaciones se presenta ante nosotros el misterio de la unión substancial de un corazón humano con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.


Lo que aparece ante todo es la realidad de su verdadera naturaleza humana. Y, sin embargo, todas estas manifestaciones de su corazón están llenas al mismo tiempo de la santidad que las convierte en una manifestación de Dios mismo. Cuando el Señor revela el secreto de su corazón: su vulnerabilidad, su desamparo, su amor humano, no nos queda más que adorarlo, porque todas esas manifestaciones humanas no son más que un fruto de su infinito amor divino y de su humildad condescendiente. En esos momentos el misterio de la encarnación resplandece con más fuerza y nos sentimos obligados a adorarlo.


1.- En Mt 17,22-23 Jesús dice: “El hijo del hombre ha de ser entregado en manos de los hombres, que le darán muerte, pero al tercer día resucitará”. En las predicciones de la Pasión resuena una tristeza profunda. Antes de la gloria de la resurrección se encuentran los insondables sufrimientos del Getsemaní y de la muerte en la cruz.


2.- “Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si supieras también tú, en este día, lo que te lleva a la paz!” (Lc 19,41-42). Las lágrimas de tristeza son una efusión del corazón particularmente íntima. Las lágrimas del Hijo de Dios deben conmovernos hasta la médula. La misma persona de la que el Credo dice: “Dios de Dios, Dios verdadero”, la vemos aquí llorar. El misterio de la unión substancial de la naturaleza humana con Dios-Hijo, está presente en estas lágrimas.


3.- En el pasaje de la resurrección de Lázaro (Jn11,32-36), se dice: “El que tú amas está enfermo... Jesús amaba a Marta, a su hermana, y a Lázaro”. Ese ‘Jesús amaba’ no se refiere a la caridad con que Jesús abraza a todo ser humano, sino a un amor especial. Incluso en la caridad divina hay diferencias de grado. Llegamos a conocer así este aspecto íntimo, humano y personal del Sagrado corazón en el que habita toda la plenitud de la divinidad.


Y más adelante leemos. “Jesús se estremeció en su espíritu, se conmovió y comenzó a llorar. Decían entonces los judíos. ¡Mirad cómo le amaba!”. El sentimiento ante el aspecto humano de la muerte y el tierno amor por Lázaro, revelan la perfecta humanidad de Cristo, su igualdad con todo hombre menos en el pecado. Cuando Jesús, por último, añade “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas”, entonces la divinidad de Cristo se impone de modo abrumador. El mismo que devolvió la vida a Lázaro con su palabra, se estremeció en su espíritu y lloró. ¡Qué insondable santidad la de este corazón en su vulnerabilidad humana y, a pesar de todo, unido substancialmente al Dios-Hijo!


4.- Una nueva dimensión del corazón de Jesús se nos revela en Getsemaní: “Y tomando a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a sentir angustia. Entonces les dijo. ‘Mi alma está triste hasta la muerte, quedaos aquí y velad conmigo’. Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, mientras oraba diciendo. ‘Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26,37-39). En las palabras ‘mi alma está triste hasta la muerte’ encontramos una revelación directa de su corazón. Alza el velo del secreto más íntimo y personal de su corazón. El carácter ilimitado del sufrimiento de Jesús solo puede tener lugar en el Hombre-Dios, porque contiene el mar de las lágrimas nobles de todos los hombres que han vivido y vivirán hasta el fin del mundo. Y refleja también todo el desorden producido por la caída del hombre. La dimensión de este sufrimiento supera todas las categorías humanas.


5.- “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). En este momento supremo, Cristo ha perdonado a los pecadores. Al pedir a Dios perdón por sus enemigos, Cristo perdona el daño que le han causado a él. Es un perdón humano, el mismo perdón que Cristo nos manda que vivamos nosotros. Nos enfrentamos a su acto de caridad último y definitivo. Cristo no solo pide a Dios el perdón para sus asesinos, sino que les disculpa por su ignorancia. El Hijo del hombre coloca, delante de sus asesinos, sus brazos protectores para evitarles el castigo.


(Adaptado de los escritos de Von Hildebrand).

 

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