En el cristianismo es Dios mismo quien sale al encuentro del ser humano: Dios se encarnó, se dio a conocer. / Imagen: Cathopic. “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).

1- Jesús es Dios y hombre verdadero. El Dios-Hijo, o sea, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, se encarnó en las puras entrañas de María. De manera que en Jesús encontramos la unión de dos naturalezas: la naturaleza divina y la naturaleza humana, en una sola Persona, que es el Hijo de Dios Padre. El Hijo de Dios se unió al hombre Jesús desde la anunciación del Arcángel Gabriel a María. De manera que el Hijo de Dios se sometió a un proceso de gestación en el vientre de María, y a un nacimiento natural.

La Segunda Persona de la Santísima Trinidad existe desde siempre, pero tomó la naturaleza humana de Jesús, hace 2000 años. De ahí que Jesucristo sea, al mismo tiempo, Dios verdadero y hombre verdadero. Es lo más asombroso que ha sucedido en la Historia. Si tú crees esto, eres cristiano.

"En Cristo habita la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2,9-10). El hecho de que Jesucristo sea, al mismo tiempo Dios y hombre, hace posible que su entrega amorosa total, por nosotros hasta la muerte en la cruz, tenga poder salvador universal. Ahora los seres humanos tenemos acceso a Dios Padre: unidos a Cristo, podemos ser hijos de Dios junto con Cristo, y podemos participar de su naturaleza divina y de la vida eterna.

2- La fe cristiana es distinta de las creencias de las otras religiones. En otras religiones, el ser humano camina buscando a Dios a tientas, con sus razonamientos, los cuales resultan insuficientes para encontrar a Dios. En cambio, en el cristianismo, es Dios mismo quien sale al encuentro del ser humano: Dios se encarnó, se dio a conocer. La fe cristiana consiste en acoger la verdad revelada por Jesucristo. Dicha verdad fue predicada por los Apóstoles y fue puesta por escrito en el Nuevo Testamento, posteriormente.

Los textos sagrados de otras religiones pueden contener elementos positivos. Pero, libros propiamente inspirados por el Espíritu Santo, son únicamente los de la Biblia. La Biblia fue inspirada por Dios y enseña firmemente, con fidelidad y sin error, todo aquello que se refiere a nuestra salvación.

3- Jesucristo es el único Señor y Salvador. “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hechos 4,12). “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (1 Timoteo 2,4-6). Esto no impide que María, la madre de Jesús, pueda interceder por nosotros delante de su Hijo, como sucedió en las Bodas de Caná (Juan 2,3-9).

4.- En la cruz Cristo ha pagado por nosotros la deuda de Adán y, derramando su sangre canceló el recibo del antiguo pecado. Cristo nos ha rescatado no con oro o plata sino con su sangre preciosa, como la de un manso cordero (1Pe 1,19). “Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,45). Jesús interpretó su propia muerte como entrega total de amor para la salvación de la humanidad. Lo muestran las palabras de la última cena: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros... Este es el cáliz de la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lc 22,19-20).

La cruz es la suprema revelación del amor de Dios por nosotros, porque “nadie tiene más amor que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). “Siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8).

Jamás hubiera imaginado el entendimiento humano que Dios pudiera hacer lo que hizo Cristo. El Resucitado explicó a sus discípulos que la muerte del Mesías tenía un sentido salvífico, y así estaba anunciado en las Escrituras. Les dijo: “¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras” (Lc 24,26-27). Por eso podemos decir con la confianza puesta en quien vertió su sangre por nosotros: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rm 8,35).

Cuando falta esta mirada de fe, no hay respuesta al grito desesperado de quienes buscan verse libres del sufrimiento. Si Cristo no hubiera resucitado la pregunta por el sentido de la vida, quedaría sin respuesta. Ahora sabemos que por encima de las oscuridades del mundo y de la historia, Dios implantará la justicia.

Cristo en la cruz representa el dolor de todos los inocentes, explotados, abusados, humillados, ignorados, etc., y les anuncia la vida eterna. La resurrección de Jesús arroja una luz, que ilumina la existencia y la esperanza del triunfo definitivo de la justicia y del bien frente al poder de la iniquidad y el misterio del mal.

 

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