La conciencia es el origen de las convicciones personales de un individuo. La conciencia emite por medio de la razón juicios sobre la moralidad de situaciones concretas y tiene la facultad de juzgar las normas sociales y religiosas.
La suelen definir como el conocimiento intuitivo por el ser humano de lo que está bien y de lo que está mal y qué le lleva a emitir juicios de valor moral sobre sus propios actos.
La conciencia moral es movida por el deseo del bien. Busca en cada situación lo que nos permite alcanzar el bien más elevado y más conforme con la verdad. Es algo innato que no puede perderse. Ya Sócrates, 400 años antes de Cristo, la reconoce como fuente de la vida moral: ‘no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti’. Se encuentra en el Antiguo Testamento en el libro de Tobías 4,15 y después lo repetirá Jesús en el Evangelio.
La persona puede intentar silenciar la conciencia haciéndose rodear de ruidos, de alcohol, drogas, etcétera.
Es cierto que nuestra libertad pueda actuar en contra de la conciencia movida por un determinado sentimiento o pasión. Se puede llegar al siguiente razonamiento: “Yo sé que está mal robar o ser infiel, pero elijo hacerlo. Porque la codicia o la lujuria que me mueven son más fuertes que mi conciencia.
En este caso la persona debe ser capaz de responder de sus actos y deben asumir las consecuencias.
Normalmente se supone que las leyes humanas son ajustadas a la justicia, pero no siempre es así. De manera que la obediencia a las leyes de las naciones nos plantea un problema. La obediencia a las diversas normas no es automática. Debe pasar antes por el examen de la conciencia personal.
Significa que el bien percibido por la conciencia personal está por encima de toda ley humana. De manera que cada individuo ejerce su espíritu crítico con respecto a las diversas normas sociales. El hecho de que exista formalmente una ley no significa que sea justa. La obedeceré si esa ley lo merece; o sea, depende de si esa ley está o no ordenada al bien, a la justicia y a la verdad.
Últimamente se oye hablar de la existencia de una ‘conciencia social’ lo cual no existe. Porque la conciencia es personal, personalísima. Mencionar la ‘conciencia social’ es la base de todos los totalitarismos y sobre eso se pretenden justificar leyes injustas e inhumanas.
Podemos mencionar como ejemplo las palabras de Hitler que quería “liberar al hombre de una quimera envilecedora llamada conciencia o moral”. Y uno de los eslóganes nazis afirmaba que ‘la conciencia de los alemanes se llama Adolfo Hitler’.
Pero no vayamos tan lejos, e actual Tribunal Europeo de Derechos Humanos se describe a sí mismo como “la conciencia de Europa”. Vean qué ironía.
El Dios Cristiano es Logos o sea Razón: “En el principio existía el Logos y el Logos estaba junto a Dios y el Logos era Dios... y el Logos se hizo hombre”. Así comienza el Evangelio de San Juan.
Nosotros tenemos por norma los 10 mandamientos. Caigamos en la cuenta de que coinciden con nuestra conciencia: no robar, no matar, no mentir, ser fieles. Son todas normas racionales que favorecen la convivencia pacífica. Es una ley natural que está en la conciencia de todos los seres humanos. La conciencia siempre ha sido reconocida por nosotros como la voz de Dios que nos dice: ‘haz el bien y evita el mal’.
Si dejamos que nuestra conciencia dependa de una ideología, entonces se vuelve ciega. Debemos conservar siempre nuestro espíritu crítico. Por eso se habla, ya desde la Biblia, de la ‘objeción de conciencia’. Los apóstoles, cuando se les prohíbe predicar, dicen: ‘Nosotros debemos obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). Lo cual significa: Obedezco las leyes humanas que están de acuerdo con el bien y con la voluntad de Dios. Pero, si hay leyes humanas que contradicen la ley divina, la ley de mi conciencia, entonces simplemente no debo obedecer, sino todo lo contrario. Corriendo los riesgos que ello implique.
En este caso, sorprendentemente, la obediencia no sería una virtud y la desobediencia será lo correcto.
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