La escucha pasa por nuestros ojos La escucha pasa por nuestros ojos, por lo que vemos y cómo miramos. El lenguaje no verbal es mucho más fuerte, más espontáneo, más elocuente que las palabras que decimos y sentimos.
Dios escucha con sus ojos, su mirada penetra en las profundidades de nuestro corazón y lee dentro, pero no es una mirada investigadora que busca el fallo o el punto débil; es una mirada que ama y se complace en reconocer el hogar de nuestro corazón.

Escuchar con los ojos significa no perder ningún detalle: tu rostro, tus expresiones, cómo te mueves, cómo te vistes, cómo miras... etc... y tratar de leer a partir de los signos de tu rostro lo que eres. ¡La cara trae los signos de nuestra existencia en su belleza y complejidad, cada rostro debe ser contemplado!

Para Don Bosco, la mirada es un poderoso medio educativo, porque él mismo creció con una buena mirada: la de la Mamá Margarita, la de Don Calosso, de Don Cafasso. Él mismo comenta la reunión con Don Calosso usando estas palabras:
“(...) me causó una gran impresión ese santo sacerdote que, mientras yo hablaba, nunca me quitaba los ojos de encima” (MO 45)

De las Memorias Biográficas:
Un día, durante el recreo, se me escapó una mala palabra. Me di un golpe con la mano en mi boca, pero ya se me había escapado. Los compañeros la habían escuchado. Domingo Savio se acercó a mí y dijo: “¿Te has olvidado de nuestros propósitos de no hablar mal? Ve enseguida a Don Bosco, cuéntale la desgracia que te ha pasado. Es tan bueno, verás cómo lo arregla. Mientras tanto, voy a rezar por ti”.

No me hice el distraído. ¿Pero dónde encontrar a Don Bosco? Estaba en el recibidor con algunos caballeros. Como un grosero, me planté en la entrada. Don Bosco, sorprendido, me dijo: “Mira, ahora estoy ocupado, ¿no puedes esperar un momento?” Aquellas personas creían que traía un recado urgente y se apartaron. Entonces me acerqué y le dije al oído del buen padre: “Savio me envía, dije una blasfemia”. Estaba temblando como una hoja.

Don Bosco no me regañó, ¡pero vi en su cara dibujarse un dolor tan profundo! Entendí la gravedad de mi culpa. “Aquellos ojos perforaban el corazón. “No lo hagas más, hijito, nunca más vuelvas a hacerlo.” “¡Es una ofensa a Dios, sabes!” El Señor no nos bendeciría, ve a la iglesia y recita el Padre nuestro tantas veces”. “Corrí hacia el altar, recité el Padre nuestro y escapé, aligerado como si me hubieran quitado un plomo del estómago. Olvidé el número de Padres Nuestros; la mirada de Don Bosco, nunca.

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