Su proyecto apostólico abarca el cultivo de las escuelas dominicales en cada aldea. En Nápoles, Zona Reyna, se encuentra desde hace cuatro años una comunidad de cuatro Hermanas de la Resurrección.

Comenzaron su actividad pastoral en una casita que apenas les permitía moverse. Ofrecía muy escasa facilidad para desarrollar actividades apostólicas. La población local, ilusionada con presencia de esa comunidad religiosa, le construyó con generosidad ingenua ese refugio que resultó provisorio.

El 18 de febrero de 2016, el obispo de Quiché, mons. Rossolino Bianchetti bendijo las nuevas instalaciones, aptas para el desarrollo de una irradiación pastoral en las numerosas comunidades cercanas y lejanas.

Fueron los mismos vecinos quienes, entusiasmados por la iniciativa pastoral de las Hermanas, compraron una manzana de terreno y colaboraron en la construcción de la sólida obra que está facilitando la acción apostólica de las Hermanas.

Además del área comunitaria y pastoral, existe un amplio salón para reuniones de todo tipo: pastorales, educativas, de entretenimiento.

Cada sábado acuden unos ochenta niños y jóvenes de cuatro comunidades cercanas para divertirse, iniciarse en la fe cristiana y formar una comunidad juvenil bajo la animación de diez jóvenes, ellos y ellas. Están organizados en cuatro niveles según la edad. Es el conocido oratorio festivo salesiano.

Las cuatro Hermanas de la Resurrección se multiplican para visitar ochenta y seis aldeas de la etnia qeqchí. Llevan a cada una la fórmula salesiana: formar honestos ciudadanos y buenos cristianos. Por supuesto que la preferencia la constituyen las niñas, las jóvenes y las mujeres adultas.

Su proyecto apostólico abarca el cultivo de las escuelas dominicales en cada aldea y el fomento de pequeñas comunidades. Cada pequeña comunidad está formada por pocos hogares cercanos que se reúnen semanalmente para orar con la biblia y crecer en fraternidad. Las Hermanas forman, además, equipos de evangelización, que trabajan junto a ellas en toda la extensión territorial que les compete.

Una semana ordinaria en la vida de la comunidad de las Hermanas transcurre así: el lunes se dedica a la atención de la gente que acude desde todas las comunidades atendidas por ellas; el martes las Hermanas cultivan su propia vida comunitaria; de miércoles a sábado viajan a las aldeas para su tarea evangelizadora; el domingo está dedicado al oratorio festivo.

El hecho de ser religiosas de la misma etnia qeqchí y tener las puertas abiertas a toda la población les ha creado una simpatía que se traduce en la aceptación incondicional de parte de todos los habitantes de ese remoto mundo indígena.

Tal es la aceptación de las comunidades por la presencia irradiante de las Hermanas que han empezado a solicitar la apertura de un centro de estudios intermedio. Por ahora es nada más que un sueño atractivo.

La inserción de las Hermanas de la Resurrección en la población local es evidente. Grandes y pequeños se sienten en familia junto a ellas. La colaboración en proyectos de mantenimiento o apostólicos salta a la vista.

Quizás un factor clave de esa comunión con la población local se deba a que estas Hermanas pertenecen a la etnia qeqchí, que es la misma que se extiende por toda el área apostólica a ellas encomendada.

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