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La mayoría de nosotros crecimos con la idea de que la esclavitud era cosa del pasado. 

En nuestra imaginación quedaron fijas las imágenes de barcos cargados de negros provenientes de África, llevados como mercancía hacia Brasil o Estados Unidos, donde se subastaban al mejor postor. Nos impactaban esas imágenes tristes de millones de personas negras obligadas a trabajar para los blancos en condiciones miserables.

 

De repente comenzamos a sorprendernos con la mención, al principio tímida, de casos actuales de esclavitud. Parecían exageradas las noticias. O, al menos, aberraciones humanas ocasionales que desentonaban en nuestro mundo en el que la abolición de la esclavitud estaba consagrada en los libros de historia.

 

Pero ese lado oscuro de la humanidad de hoy comenzó a agrandarse con el descubrimiento de casos y más casos de esclavitud. La punta del iceberg dejó de ser punta, para horror de todos. Resultó que la esclavitud estaba viva y coleando, nada menos que muy cerca de nosotros.

La diferencia con la antigua esclavitud era que no funcionaba al abierto como los tristemente famosos mercados de esclavos. Ahora esa trata florecía en la penumbra, si no en la más absoluta oscuridad. 

 

Y ya no afectaba solo a la población negra. Tampoco los esclavos iban a parar solo a las plantaciones de azúcar o algodón o a las mansiones de terratenientes. Ahora la esclavitud era polifacética: prostitución, abuso de menores, trasplantes de órganos, trabajo infantil, extorsiones… El mismo subdesarrollo económico en el que vive la mayoría de la humanidad es una forma sutil de esclavitud.

 

Este sometimiento del hombre por el hombre y la correspondiente degradación de sus víctimas no hacen honor a la pretendida civilización moderna, que se jacta del respeto a los derechos humanos. 

 

Otras esclavitudes más disimuladas florecen también a nuestro alrededor: explotación de los trabajadores, tráfico de drogas, mendicidad, emigración forzada, trabajos serviles.

 

Y hay que incluir en ese sombrío panorama la complicidad de las autoridades y la indiferencia generalizada. El moderno mercado de esclavos está en auge porque genera cantidades fabulosas de dinero. Y el dinero corrompe personas e instituciones.

 

La toma de conciencia de esta deplorable lacra humana debe llevarnos a todos a una enérgica indignación y a un aporte que, aunque pequeño, sirva para ayudar a la liberación y redignificación de estos desgraciados hermanos nuestros víctimas de la codicia voraz de personas sin conciencia.

 

Heriberto Herrera

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