TM-5-historia-de-una-vocacion Nací el 1 de febrero de 1935. Fueron mis padres Víctor Eliseo Castro Agreda, salvadoreño y Avelina del Rosario Chilín Ochoa, guatemalteca.

Crecí en ambiente rural y citadino hasta los doce años en que entré al Aspirantado Salesiano.

Mi padre era carpintero, pero con diversas habilidades, no le hacía mala cara a nada, fabricaba, sillas, sofás, mesas, muebles en general, carrocerías de vehículos, como se acostumbraba en aquel entonces, carrocerías de camiones, tanques de gran capacidad para recoger  agua  de abastecimiento utilizable durante el  verano. Era hombre trabajador, honradísimo, sin vicios: un tiempo fumaba solo un puro después de cena; al tiempo dejó de hacerlo. Amaba a mi mamá y la respetaba como esposa y como madre de muchos hijos. A mí me enseñó todo lo que él sabía, aprendí en teoría la carpintería y la construcción, aunque no la practiqué en vista de que entré al Aspirantado. 

Desde los 8 años tanto él como mi mamá me dejaban que usara los fierros de carpintería y hacía cosas de fácil confección como banquetas, molinillos o paletas para mover el maíz. Mi papá me regaló un teclado de marimba con 21 teclas. Me dijo cómo se hacía una marimba y a los 11 años pude hacerla afinando las teclas. No le hice los cajones de ampliación de sonido pues eso ya era más complicado; pero una vez terminada empecé  a tocar  piezas sencillas para deleite personal, pues siempre me encantó la música.

 

Mi mamá se dedicó enteramente a los trabajos domésticos y a cuidarnos con amor maternal en la forma como se acostumbraba en aquel entonces. Me enseñó a rezar. me acuerdo que, cuando me enseñó la oración al Ángel de la Guarda, decía “Hazme un niño puro, obediente y humilde.” Yo pensaba, aunque no se lo decía, que no quería ser “puro”, pues pensaba en el puro que se fumaba mi papá.

 

El ambiente de hermanos y hermanas fue muy favorable. Mi hermano mayor me enseñaba  a trabajar. En algunas  ocasiones acompañaba a mi papá en algunos trabajos de campo. También me gustaba limpiar cafetales, cuidar  terneros, llevar comida, etc. Cuando salíamos a alguna parte, yo era el hombre que cuidaba de mis hermanas, y me hacía el serio cuando me decían “cuñado”. 

 

Entré al Aspirantado de Santa Ana donde estuve dos años. Luego pasé a Ayagualo. Este período fue sumamente bello. Estudio serio, disciplina exigente. Todos debían obtener 10 en conducta, aplicación y urbanidad. La nota máxima era el 10, luego 10 con observación, seguía 10 con punto y basta. A quien lo ponían 10 menos, se iba a su casa. A pesar de esta exigencia, el ambiente era sereno, alegre, variado. Todo se desarrollaba en un ambiente celebrativo, incluso los exámenes semestrales y finales. Ayudaba mucho en la formación humana y espiritual el canto coral y polifónico, el arte teatral, dramas, comedias, sainetes, zarzuelas, operetas, autos sacramentales, la banda etc.

 

Noviciado. Lo hice con el P. Juan Tardivo como Maestro y el P. Emilio Coalova como Socio.

Posnoviciado. Antes se le decía Filosofado. Fue un período muy bonito. Junto con los estudios de Filosofía, que también eran muy exigentes, estudiábamos para el bachillerato. Para esto nos presentábamos a exámenes públicos. El Instituto Internacional Don Rua tenía fama de que todos sus estudiantes salían 100 % aprobados. A los demás alumnos y alumnas les gustaba estar cerca de los padrecitos para lanzar miradas clandestinas a nuestras papeletas de examen.

 

Durante este período fue muy enriquecedor el haber ido a Honduras durante las vacaciones en el año 1955 y a Costa a Rica el año 1956.

Tirocinio. Tres años en Ayagualo con los Aspirantes. Allí me encargaron la banda instrumental. No niego que me sentía feliz con este cargo. No olvido la obertura la Gioconda de Ponchielli, la Sinfonía Inconclusa de Schubert, Sangres Vienesas de Straus, etc. 

 

Durante las vacaciones de 1959 estuvimos en Tegucigalpa y allí brindamos un concierto al Presidente de Honduras y al gabinete presidencial en el Salón Azul. Al comenzar el concierto nos desconcertó un poco el hecho de que el gran salón estuviera alfombrado y con gruesas cortinas de lujo, lo que influyó en el sonido, a lo que no estábamos acostumbrados; pero pronto nos adaptamos  y podríamos decir que fue un éxito. Claro que yo no tenía la experiencia del protocolo usado en esas circunstancias y simplemente hice una reverencia profunda. En el viaje de regreso a Ayagualo viajó con nosotros el bachiller Oscar Rodríguez Maradiaga para empezar sus estudios eclesiásticos.

 

Teologado. Etapa también bella. En cuanto llegué, el P. Hugo Santucci me encargó la orquesta del Teologado. Había buenos músicos. Una de las piezas muy aplaudidas fue el pasodoble “En Er Mundo”. La primera copla, con dificultades propias para  un virtuoso en la materia, fue interpretada con la trompeta en forma impecable por el estudiante de teología Edwin Méndez, y la segunda copla, con las mismos alambicamientos, en el acordeón, también con gran maestría por el ahora sacerdote Carlos Chiu Fuentes.

Faltaría algo de los 50 años de sacerdocio, pero lo dejamos para los 90 años, si al Señor le place. Naturalmente que hay tantas cosas bellas. 

 

Doy gracias al Señor, pues la Providencia siempre me ha asistido. Las gracias no me han faltado.

 

Sigo ofreciendo mi vida por la salvación de los jóvenes. Doy gracias a María Auxiliadora y a Don Bosco porque siempre estuvieron conmigo para que nunca dijera “no” a mi  vocación, a pesar de los momentos en que la vi prieta y ¡vaya que no!

 

P. Eduardo Castro, salesiano

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