tonnita “Si no hubiera conocido a los salesianos,
seguramente sería una persona amargada”

Antonia Flores Henríquez a sus 58 años vive todos sus domingos en el oratorio Domingo Savio de la parroquia María Auxiliadora en El Salvador. Originaria del lugar llamado Tenancingo, conoció a los salesianos por el sacerdote Napoleón Mejía. “Cuando él llegaba de vacaciones, llevaba a los niños dulces y medallitas, y nos hablaba de mamá Margarita. Para nosotros era una gran emoción sus visitas”, recuerda. 

Fue catequista en su pueblo, pero después se alejó un poco de la Iglesia. A los 22 años se mudó a trabajar a la capital.

“Yo era de misa de domingo y nada más. Ya tenía a mis dos hijos, así que siempre tenía el pretexto de que no tenía tiempo. Venía a misa a la parroquia María Auxiliadora porque mis hijos crecieron en los grupos juveniles salesianos”.

Una amiga de su pueblo la contactó para pedirle que hiciera su pasantía por maternidad en una librería católica.  Así fue como llegó a trabajar a la librería salesiana en 1993. 

La librería está ubicada al lado de la parroquia María Auxiliadora y  Toñita, (como le dicen todos con cariño),  recuerda que le llamó la atención comprometerse con algo de la Iglesia, pues pasaba tardes enteras en los patios sin hacer nada, esperando a que sus hijos terminaran sus actividades.

“Un día decidí visitar al Santísimo y le dije: -Señor, dame algo qué hacer”. Esa misma semana fue invitada a iniciar la formación en la asociación de salesianos cooperadores. 

“Fue en el 2002 cuando inicié la formación. Cuando leí lo que significaba ser un cooperador, pensé que todo eso no lo podría cumplir, pero aún así me quedé y me fue gustando. Llegué a la promesa sin darme cuenta real del gran compromiso que adquiría. Con el tiempo me di cuenta de lo que había hecho”, afirmó. 

“Estoy feliz con mi vocación y me esfuerzo día a día en vivirla bien”. Cuando inició la formación,  le ofrecieron trabajo en una guardería, pero ese proyecto nunca se concretó, así que la invitaron a tener un apostolado en el oratorio. 

“Casi no conozco los nombres de los niños, pero sus caritas no se me olvidan, ni ellos me olvidan a mí. Me saludan en la calle donde me los encuentro. Me encanta poder estar cerca de ellos, escucharlos y darles cariño. Me llena de satisfacción saber que pueden desahogarse conmigo. A veces me impaciento porque quisiera verlos cambiar  rápido, pero recuerdo que a nosotros solo nos toca sembrar y a otros recoger la cosecha”. 

Toñita lleva doce años de trabajo en el oratorio. Es la encargada de las llaves, por lo que debe ser la primera en llegar  y la última en irse. Además, se encarga del  refrigerio de los jóvenes y colabora en la  catequesis. 

Todos los domingos, sin excepción, ella está en el Oratorio. En la semana desempeña su labor normal de  trabajo en la librería y por las noches dedica tiempo a sus dos hijos. 

“Si no hubiera conocido a los salesianos, seguramente sería una persona amargada. Trato de  esforzarme por hacer todo bien y estar siempre alegre.  Solo le pido a Dios que me dé salud para sembrar mi granito de arena”, dice con una franca sonrisa. 

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