Mi pensamiento esta con los jovenes El primer Oratorio sigue siendo la casa de Don Bosco, en la que piensa con afecto vehemente y con nostalgia cuando está lejos. Escribe a Don Rua: “Aunque aquí, en Roma, no me ocupe únicamente de la casa y de nuestros jóvenes, sin embargo, mi pensamiento vuela siempre a donde tengo mi tesoro en Jesucristo, mis queridos hijos del oratorio”.

Cuando Don Bosco está presente en el oratorio, actúa personalmente; y, cuando está lejos, lo hace aconsejando a sus colaboradores. Por la mañana confiesa a jóvenes y salesianos. Los recibe incluso en su cuarto: “Muchos de ustedes vienen a hablarme en confesión y algunos también en mi cuarto. Piensen en esto: estoy muy contento de que me visiten, y no solo en la iglesia, sino incluso fuera de ella”. Está en medio de los chicos también durante el recreo, haciéndoles llegar “palabras al oído” sobre su comportamiento. Finalmente, por la noche, les da sus famosísimas buenas noches.

Las buenas noches constituían el punto de referencia más reiterado de toda su enseñanza moral y religiosa, evocada sin duda en las confesiones, en los consejos personales, en los sermones y, frecuentemente, en sus cartas individuales y colectivas. Los sueños contados por él no hacían sino expresar narrativa, poética o dramáticamente lo que en otros contextos era doctrina, discurso o exhortación.

Por la noche se expresaban cotidianamente las ansias e ideas más familiares a Don Bosco sacerdote, formado en la teología y moral práctica de la Residencia Eclesiástica, enriquecidas por su rica experiencia de confesor y director de una comunidad religiosa y educativa modelada a partir de ese punto de vista. Era un ministerio de la palabra de carácter esencialmente moral, polarizado en torno a los deberes.

No daba grandes motivaciones o perspectivas teológicas o bíblicas y, menos aún, culturales o sociales de mucha profundidad. Lo fundamental era la llamada a la voluntad, al compromiso personal, a los propósitos, en sintonía, evidentemente, con la acción de la gracia operante y cooperante.

En resumen, cada charla trataba de cómo conducirse en la vida, de la frecuencia de los sacramentos, de la dura lucha por no caer en el pecado, orientándolo todo a la consecución del fin último de toda obra asistencial, educativa y pastoral, el ideal al que todo cristiano es llamado: vivir en gracia, que hay que defender, conservar y, si es necesario, recuperar. En definitiva, la santidad, preludio de la gloria del paraíso.

En esas charlas antes de acostarse Don Bosco señala también modelos que imitar, santos a los que rezar, ejemplos que tener constantemente presentes: san Luis Gonzaga, san Francisco de Sales; y también oratorianos ejemplares como Domingo Savio, Miguel Magone, Francisco Besucco y otros. Al hablar de ellos y casi en su nombre, invita a los chicos a la fe, a la caridad, a la obediencia, a la mortificación, a la humildad, a la modestia y- sobre todo- a la pureza.

 

Compartir