biblia El efecto de la Palabra, que provoca la conversión, está explicado en la Carta a los Hebreos. Dice: "La Palabra de Dios es viva y eficaz. Es más aguda que cualquier espada de doble filo, y penetra hasta lo más profundo del alma y del Espíritu, somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón. Nada de lo que Dios ha creado puede esconderse de él; todo está claramente expuesto ante aquel a quien tenemos que rendir cuentas" (Hb 4, 12-13).

El autor de esta carta, emplea, en griego, un término riquísimo en significados, al describir la actitud del que queda "al descubierto" ante la palabra de Dios. Ese término es tetraquelismenos. Que viene a significar la posición en que el luchador, que vencía, dejaba a su contrincante: la total inmovilidad. También sirve para indicar la situación del cordero al que le ha sido quitada la piel y queda colgado de un lazo antes de ser puesto al fuego. Otro significado más: se empleaba el mencionado término griego para indicar la situación del criminal al que se le colocaba un puñal debajo del mentón para que no pudiera bajar la mirada, cuando era conducido a la muerte. De esta manera, el criminal tenía que mantener la mirada fija en los que con odio lo despreciaban.

Todo esto viene al caso, cuando se trata de la Palabra de Dios. Cuando le permitimos introducirse en nosotros, nos deja "inmóviles". Nos sentimos totalmente derrotados por Dios. Se vienen abajo nuestras máscaras, nuestros antifaces. Es como que nos quitaran la piel que nos protege contra las inclemencias del tiempo. La Palabra de Dios es ese puñal que nos impide bajar la mirada: tenemos que mirar fijamente a Dios. Al sentirnos mirados por Dios, nos reconocemos culpables. A Dios no lo podemos engañar. Ante estos efectos de la Palabra de Dios en nosotros, no nos queda otra salida que aceptar nuestro pecado, y convertirnos.

Un martillo que golpea

La Biblia misma también se sirve de otra figura para resaltar el efecto que causa la Palabra de Dios en los corazones cuando son tocados. Dice el profeta Jeremías que la Palabra es "martillo que rompe la roca" (Jr 23,29). El corazón en pecado se vuelve un "corazón de piedra". Ya no logra palpitar al unísono con Dios. Ya no percibe el susurro de Dios que busca sanarlo. Entonces la Palabra se convierte en "martillo". Golpe a golpe, comienza a quebrantar el corazón hasta lograr abrirlo nuevamente. Así podrá ingresar la Palabra y sanar ese corazón endurecido. En el Evangelio, aparece el caso de una mujer pecadora. Va a llorar a los pies de Jesús. Rompe ante él su precioso vaso de alabastro. En ese momento, el salón se llena del rico aroma que exhala el vaso de alabastro. La conversión, esencialmente, consiste en que el corazón es quebrantado por la Palabra. Al abrirse, ya puede entrar Jesús nuevamente. Ahora, a la inversa, sale el mal olor del pecado e ingresa al perfume de Jesús.

Jesús, a sus discípulos, en la Ultima Cena, les decía: "Ustedes ya están limpios por la Palabra que yo les he dicho" (J 15,3). La palabra tiene efecto purificador. Por eso el mismo profeta Jeremías dice que la Palabra es "fuego purificador" (Jr 23,29). Pentecostés fue fuego: limpió las mentes y los corazones de la Iglesia naciente. La Palabra quema como el carbón encendido que purificó los labios de Isaías antes de que fuera enviado a profetizar. Todo este proceso de la Palabra, "espada" que se hunde en las profundidades del alma, "martillo" que rompe el corazón de piedra", "fuego" que limpia de todo pecado, se aprecia bellamente ilustrado en la conversión del buen ladrón.

El ladrón convertido

San Marcos afirma que Jesús fue crucificado a las nueve de la mañana, y murió a las tres de la tarde. El buen ladrón, entonces, estuvo junto a la cruz del Señor, seis horas. El Evangelio dice que los dos ladrones, al principio, insultaban a Jesús. Esas seis horas a la par de Jesús fueron decisivas para el buen ladrón. Pudo escuchar abundancia de Palabra. Las siete Palabras de Jesús se convirtieron para él en espada de doble filo que traspasarán su corazón; en martillo que abrió su corazón de piedra; en fuego purificador que sanó su alma putrefacta. El buen ladrón comenzó por aceptar que era "pecador". Se dirigió al otro ladrón, que continuaba insultando a Jesús, y le dijo: "¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el JUSTO CASTIGO de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo" (Lc 23,40). El buen ladrón no se quedó hundido, reconociéndose pecador: acudió al que podía salvarlo. Clamó al Señor, diciendo: "Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino". Todo este bello proceso de conversión del buen ladrón se inició al "oír las palabras de Jesús", su mensaje de salvación. La fe le llegó al ladrón de la derecha "como resultado de oír el mensaje de Jesús". De allí su conversión. Antes pedía que lo bajaran de la cruz. Ahora, reconocía que debía pasar por el castigo. Pero clamaba a Jesús para que lo salvara en la eternidad, en su reino.Toda auténtica conversión, es "resultado de oír el mensaje de Jesús", que es espada, martillo y fuego al mismo tiempo.

El aspecto positivo

La conversión no es solamente algo negativo: un romper el corazón, un sacar el pus que hay dentro del alma. La conversión tiene un aspecto puramente positivo: el paso de las tinieblas a la luz. El buen ladrón ante la Palabra, se da cuenta de sus tinieblas; pero, al mismo tiempo, encuentra el camino de la luz: Jesús. Muy bien lo explica el Salmo que dice: "Lámpara es tu palabra para mis pasos; luz en mí sendero" (Sal 119,105). Hay un nuevo camino que se abre. Nos encontrábamos en un callejón sin salida, y, de pronto, se nos mete la Palabra y se nos abre un camino luminoso

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