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Calderón de la Barca tiene una obra de teatro titulada: “El gran teatro del mundo”. Los actores ingresan al escenario por una puerta que tiene la forma de una cuna. El director de escena le reparte a cada uno su respectiva indumentaria para poder actuar: unos reciben trajes de reyes, otros de soldados, de obreros, de sirvientes. Al final se va invitando a cada personaje a que salga por la puerta que tiene la forma de un ataúd. De esta manera, el escritor representa lo que es la vida. El mundo es un escenario en el que nos toca actuar. Dios nos ha colocado para desempeñar un papel, una misión. Todos tenemos que salir por la puerta de la muerte.


En el mundo estamos de paso. Es lo que se nos olvida con frecuencia. Creemos que permaneceremos para siempre en el escenario. La Biblia dice: “No tenemos aquí una ciudad permanente”. Somos viajeros, peregrinos. Muchas veces se nos olvida esta realidad, o, mejor dicho, no la queremos afrontar. Nos ilusionamos pensando que por la puerta con forma de ataúd, sólo les toca salir a otros. De esta manera, tratamos de mentirnos a nosotros mismos para no pensar en una de nuestras grandes verdades, la muerte. El salmo 90 es el único que escribió Moisés, que vivió 120 años. En su vejez, nos dejó esta extraordinaria reflexión sobre el sentido del tiempo, de nuestra fragilidad humana. Este salmo busca enseñarnos a vivir nuestro hoy en la presencia de Dios.

La soberanía de Dios

Moisés recibió la revelación de Dios acerca del origen del hombre, que fue colocado en el universo como un “administrador” de las cosas de Dios. No es el dueño. La gran tentación del hombre es constituirse “dueño” del universo, y olvidar su condición de simple “administrador”. Moisés quiere recordarle al hombre que viene del polvo y que a él volverá: “Tú reduces al hombre a polvo, diciendo: Retornen, hijos de Adán. Mil años en tu presencia/son un ayer que pasó,/una vela nocturna. Los siembras año por año,/como hierba que se renueva: que florece y se renueva por la mañana,/y que por la tarde la siegan y se seca”.


Cuando el hombre se olvida de su condición de “administrador” y se cree el “dueño” del mundo, se olvida de su Creador, y construye babeles de confusión que lo desestabilizan espiritualmente. El salmo 90 acentúa el hecho de que vamos a volver al polvo. El miércoles de ceniza, la Iglesia, como madre, nos dice: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. De esta manera, se nos quiere apartar de la tentación de construir babeles en las que se hace caso omiso de Dios. El Eclesiastés también insiste en el mismo tema, cuando anota: “Todos caminan hacia la misma meta, todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo. Vuelve el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu a Dios que es quien lo dio” (Ecl 3,20;12,7).

A nosotros, mil años nos parecen una cantidad exorbitante. El salmo 90, por el contrario, nos asegura que para Dios mil años son como un día, como una vigilia nocturna, que, según los antiguos, duraba la tercera parte de la noche. Este pensamiento lo recoge también san Pedro cuando escribe: “Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2P 3, 8). El tiempo de Dios no depende de nuestros relojes. El mismo salmo nos compara a la hierba del campo que florece en la mañana, y en la tarde ya la han cortado.

Calderón de la Barca tiene otra bella obra de teatro titulada: “La vida es sueño”. El autor en esta obra sostiene que mientras vivimos, soñamos, y que cuando morimos, despertamos. Durante el sueño fantaseamos en tantas cosas. Lo cierto que, al despertar, nos damos cuenta de que todo fue una ilusión. Por eso Jesús advertía: “Velen, pues no saben el día ni la hora en que vendrá el Hijo del Hombre” (Mt 25, 13). Jesús nunca quiso infundir miedo a la muerte. Su intención, al hablarnos de la inminencia de la muerte, fue enseñarnos a ser “previsores”, para no ser sorprendidos por una de nuestras realidades definitivas: la muerte. Para no “improvisar” el día en que debemos pasar a la eternidad, Jesús nos indica que cuando él vuelva por nosotros, quiere encontrarnos como “siervos fieles”, con los “lomos ceñidos”, en actitud de servicio a los demás. Jesús nos asegura, que si eso se cumple, él mismo se compromete a “servirnos la mesa” (Lc 12, 37). También dijo Jesús que cuando él vuelva por nosotros, quiere encontrarnos con nuestros “talentos” multiplicados. Es decir, con la misión cumplida.

Ante esta constatación de la brevedad y fragilidad de la vida, el salmista hace una petición a Dios: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (v. 12). En vista de lo efímero de la existencia humana, el salmista opta por pedirle a Dios la sabiduría de saber vivir el hoy de cada día. De aprovechar el tiempo al máximo para cumplir la voluntad de Dios.


De paso

“No tenemos aquí una ciudad permanente” (Hb 13,14), nos dice la Biblia. Estamos de paso. Somos peregrinos. El salmo 90 nos recuerda nuestra fragilidad humana, pero también nos exhorta a poner la confianza en Dios, que es “eterno” y que, de generación en generación, ha sido fiel y nunca nos fallará.También nos anima a vivir nuestro hoy con la mirada puesta en Dios para buscar siempre su voluntad, que es el camino que nos conviene. Esta es la sabiduría que se pide en el salmo 90, y que todos buscamos, día a día, de todo corazón. Es nuestro mejor anhelo que cuando vuelva el Señor, nos encuentre en vigilante espera con nuestras lámparas encendidas

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