Foto: Ulrike Leone Puede que no nos guste, pero esta es la vía rápida que nos hace verdaderamente humanos. El sufrimiento humaniza como ninguna otra experiencia. Claro, el sufrimiento es incómodo. Pero, ¿por qué persistir en la creencia de que es inútil? “De la herida sale la sangre, pero entra la sabiduría”, dice un proverbio caboverdiano. Cuánta verdad en tan pocas palabras.

El dolor impide que nos distraigamos: el sufrimiento concentra, nos hace entrar en nosotros mismos, crea silencio. Los que sufren siempre están solos.
El duelo saca a relucir nuestro “yo”: el enfermo se apoya en los demás: parientes, amigos, médicos, enfermeras para que le ayuden.

El dolor nos hace levantar la vista para bendecir o maldecir: es imposible permanecer neutral ante el sufrimiento.

Para recapitular: el sufrimiento nos hace mirar dentro de nuestro ego; nos hace mirar fuera de nuestro ego; nos hace mirar por encima de nuestro ego. Tres movimientos que dan profundidad al hombre.
El psiquiatra Giácomo Dacquino tiene razón: “El sufrimiento es un gran educador: el hombre debe ganarse ciertas cosas a través del sufrimiento porque no se le conceden de otra manera. Por lo tanto, es necesaria una cierta cantidad de dolor: es por esta razón que el dolor habita el mundo”.

El escritor-patriota Niccolò Tommaseo fue más conciso: “El hombre que no conoce el dolor sigue siendo siempre un niño”. Es una verdad que comprobamos cada día. ¿No es cierto que todos percibimos si la persona con la que hablamos o tratamos ya ha sufrido o no? El que ha sufrido es más suave, más comprensivo, más capaz de empatizar, más atento, más compasivo. En una palabra, más humano. Por el contrario, los que no han sufrido son más duros, más fríos, más insensibles, más indiferentes, menos humanos.

El retorno del sacrificio
Dejemos claro que no queremos glorificar el sufrimiento. Seríamos sádicos, inhumanos. Jesús mismo no buscó el sufrimiento, no lo exaltó. Nunca dijo: “Sufran como yo he sufrido”, sino que dijo: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. (Jn 13:34). Por tanto, no a la exaltación del sufrimiento (nada de “dolorismo”), sino una postura clara a favor de la educación al sufrimiento, desde la infancia, para que el dolor fomente el crecimiento humano. Sí a la educación al sufrimiento.

Hoy en día, la capacidad de soportar el dolor disminuye cada vez más. Hubo un tiempo en que cortarse con un cuchillo o rasparse las rodillas al caerse en la calle dolía menos: hoy duele mucho más.
Lo que ha faltado es la educación, que es el camino que hace que el niño que nace hombre se convierta en humano.

Las estrategias de educación al sufrimiento no faltan. Aquí nos limitamos a una sola: la vuelta al sacrificio. Aunque hoy sea una palabra prohibida, “sacrificio” sigue siendo una ley psicológica que no admite excepciones. El sacrificio, como experiencia de sufrimiento, lleva la voluntad al gimnasio y permite superar las inevitables batallas de la existencia.

Al igual que no se puede celebrar un referéndum para la abolición de las reglas gramaticales, tampoco se puede abolir de la educación la renuncia, la privación.

He aquí, pues, un puñado de sacrificios actualizados:

  • Beber agua pura y no bebidas carbonatadas.
  • Hacer los deberes sin la televisión encendida.
  • Dejar el ascensor y utilizar las escaleras.
  • No estar metido en los videojuegos todo el día.
  • Uso moderado del smartphone y las redes sociales.
  • No a la pretensión de tener marcas reconocidas desde el sombrero hasta los zapatos.

 

Sin embargo, los sacrificios habituales siguen siendo válidos:

  • Saltar de la cama al primer toque del despertador.
  • Esperar con paciencia a que todos sean atendidos.
  • Comer las zanahorias que no te gustan.
  • Hacer la cama todos los días
  • Saludar a todos, incluso a los que nadie saluda.
  • Ayudar al compañero de clase del que todos se burlan.
  • Usar la ropa del hermano mayor.

Algunos pueden, tal vez, incluso sonreír. En realidad, son precisamente estos pequeños gestos los que hacen crecer a una persona, no un adorno. Sólo en el diccionario la palabra “éxito” va antes que “sudor”. Sólo en el diccionario, en ningún caso más, y menos cuando se trata de altas y preciosas victorias.


Tomemos, por ejemplo, el caso de la perla. Así es como se produce el milagro de una piedra tan preciosa. Un grano de arena penetra en el caparazón a través de las válvulas semicerradas. Los tejidos del molusco reaccionan dolorosamente ante el cuerpo extraño y dejan caer sobre el grano de arena muchas pequeñas gotas en forma de lágrima, que no pueden eliminar, que son las sales preciosas que forman la perla.


Del sufrimiento de una concha nace una perla. Del sufrimiento de un humano nace la persona.

 

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 258 Julio Agosto 2022

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