Foto de Adina Voicu Los seis ingredientes para educar
a un ser humano (parte 3)

En las ediciones anteriores hemos desarrollado ya los primeros dos ingredientes importantes: la sabiduría y el coraje. Presentamos ahora el tercero.


El amor

Es una cualidad increíble. Significa preferir el bien ajeno a uno mismo. Encontrar tu propia felicidad haciendo felices a los demás. Es ver algo en alguien que nadie más ve.

¿Quién puede reclamar el derecho de poner orden en el misterioso caleidoscopio del amor? El escritor inglés C.S. Lewis ha distinguido cuatro formas principales de amor y las ha llamado con diferentes nombres: afecto, amistad, eros, caridad.

El querido y dulce afecto
Afecto es el más humilde y extendido de los “amores”. Esto no significa que sea insignificante. Su manifestación típica se da entre padres e hijos. Está hecho de un cálido bienestar, de la satisfacción de estar juntos, de una profunda acogida y donación de sí mismo, de una tranquila ternura. Es el menos discriminatorio de los amores. De algunas mujeres ya podemos decir de antemano que tendrán pocos pretendientes, y de algunos hombres, que difícilmente harán amigos; esto se debe a que ninguno de los dos tiene nada que ofrecer. Pero cualquiera puede convertirse en objeto de cariño, aunque sea feo o estúpido, aunque sea insoportable. Tampoco es necesario que exista cierto grado de parentesco o afinidad.
Se manifiesta con la gratitud. Consiste en reconocer el valor de lo que tenemos o de algo que quizás ya era nuestro y no sabíamos lo maravilloso que era.

Amistad: lejos del rebaño
La segunda forma de amor es la amistad. Según C.S. Lewis, es “el menos natural de los afectos, el menos instintivo, orgánico, biológico, gregario e indispensable. Aquí nuestros nervios tienen muy poco que ver con eso; no hay nada oscuro en este sentimiento: nada que haga que el pulso se acelere, se ruborice o se aclare. Es simplemente una relación que se establece entre individuos. Cuando dos personas se hacen amigas, significa que se han alejado juntas del rebaño .

Sin eros y su dimensión sexual, ninguno de nosotros habría nacido. Sin afecto, ninguno de nosotros habría recibido alimento y educación. Pero los humanos pueden vivir y reproducirse incluso sin amistad. Desde un punto de vista biológico, de ninguna manera es indispensable para la especie humana. Sin embargo, es muy importante, como solo saben quienes lo experimentan directamente. “La amistad es superflua, como la filosofía, el arte, el universo mismo (Dios no tenia la necesidad de crearlo). No tiene ningún valor para la supervivencia; es más bien una de esas cosas que valoran la supervivencia. (C.S Lewis)
Un verdadero amigo nos obliga a “sacar” lo mejor de nosotros mismos.

Eros y enamorarse: solo un soplo en tu cabello
La tercera forma de amor es el enamoramiento. El típico amor entre hombre y mujer, que involucra totalmente su personalidad sexual. “Amor” escribe un amante, “un sentimiento que se ha repetido a lo largo de la historia y también en mi vida. Pero hoy es diferente: siento que el centro de mi existencia definitivamente se está moviendo fuera de mí. No encuentro las palabras adecuadas para expresar lo que siento en mi interior. ¡Increíble! Un soplo de viento en tu cabello basta para llenar el vacío de mi soledad. Me atraes irresistiblemente y contigo quiero construir mi futuro”.

Enamorarse es exclusivo, promete y quiere una unión estable, una fidelidad eterna. “Siempre te seré fiel” son las primeras palabras que un verdadero amante suele pronunciar con toda sinceridad.

Es la forma de amor más poderosa, generadora de vida y de la felicidad más profunda, pero también la más difícil de mantener y gobernar. Para crecer y sobrevivir necesita otras formas de amor.

Las cualidades básicas son el respeto y la lealtad.

Caridad: ¿Puedes amar al enemigo?
La caridad es la cuarta forma de amor. Extrae su fuerza directamente del Creador del amor mismo. “Dios es amor”, dice claramente la Biblia.
Hay un amor especial que permite al hombre amar lo que, por su propia naturaleza, no es digno de ser amado: leprosos, criminales, enemigos, imbéciles, rudos, los que se hacen pasar por un hombre superior, los que se burlan del prójimo, etc. La Madre Teresa no miente, miles y miles de misioneros, voluntarios, hombres y mujeres que “aman” el desecho y paria de la sociedad, no fingen.

Es el don de amor de Dios. Dios es una inmensa capacidad de amar. En la creación nos dio esta habilidad, que por tanto tiene la posibilidad de ir más allá del cariño, la amistad, el eros. Llevamos también en nosotros una gran carga de amor-necesidad de Dios: “Nos creaste para ti”, exclama san Agustín, “y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Pero Dios mismo quiere que la necesidad de amor hacia él se transforme en don de amor hacia todos los seres humanos.

Se manifiesta con amabilidad y con esa rara cualidad que es la inteligencia social (emocional, relacional, solidaria). Amar es percibir la belleza y la maravilla de la existencia.

Quienes consideran la vida maravillosa, sienten que aman a la humanidad, la respetan en sí mismos y en los demás.

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