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La escucha pasa por nuestros ojos, por lo que vemos y cómo miramos. El lenguaje no verbal es mucho más fuerte, más espontáneo, más elocuente que las palabras que decimos y sentimos.
Dios escucha con sus ojos, su mirada penetra en las profundidades de nuestro corazón y lee dentro, pero no es una mirada investigadora que busca el fallo o el punto débil; es una mirada que ama y se complace en reconocer el hogar de nuestro corazón.
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“Pese a sus múltiples y graves ocupaciones, Don Bosco estaba siempre dispuesto a recibir en su habitación con corazón de padre a los muchachos que le pedían audiencia particular.
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Dejar hablar al otro y no ser impacientes por tomar la palabra.
No interrumpir la conversación.
No reaccionar impulsivamente ante cualquier discrepancia.
Mantener la atención de la persona a quien escuchamos
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El primer servicio que se debe al prójimo es el de escucharle. Como el amor de Dios comienza con la escucha de su Palabra, así el comienzo del amor al hermano está en aprender a escucharle. Y es por amor que Dios no sólo nos da su Palabra, sino que también tiende su oreja. Del mismo modo es obra de Dios si somos capaces de escuchar al hermano.
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- 1878
Quince años. Situación familiar complicada. Papá ausente. Me invitan a un encuentro de jóvenes: allí cambió mi vida. Encuentro a Dios, pero el vacío de la ausencia de mi padre continúa vivo.
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- 1871
En diferentes situaciones familiares, de estudio o de vida espiritual tuve la necesidad de buscar personas que me ayudaran a iluminar y tomar una decisión. En los salesianos encontré apoyo, ayuda, consejos y palabras que promovieron mi superación y el acercarme a Dios, a mi familia y el animarme a ayudar a otros jóvenes.
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El Señor despierta fascinación en muchísimos jóvenes y tal atracción tiene mucho que ver con la fe y con la llamada que Dios hace a cada uno de sus hijos e hijas a vivir la vida como vocación a la alegría del amor.
Esta fe lleva a los jóvenes a sentirse cautivados por el modo de ver, de acoger, de relacionarse, y de vivir de Jesús, y les ensancha la vida. Por eso, la fe no es un refugio para gente pusilánime.