La Iglesia está compuesta en más del 99% por laicos. Los laicos son la masa además de la levadura del reino. En el Evangelio, el reino viene con Jesús mismo, su presencia, su palabra Él, el Verbo hecho carne, su modo de vivir con la gente, mezclándose con personas de toda condición social, entre las que prefiere, precisamente, a las que otros excluyen.

 Es Jesús mismo quien actúa como levadura entre la gente más común, entre los pobres y los enfermos que necesitan curación. «Él los curó a todos». Es un rostro «laico» de Jesús, en medio del «laós», de su pueblo, donde no hay diferencia de clase social ni de origen.

Todos parecen compartir la pobreza y la necesidad de ayuda. Una vulnerabilidad que no le es ajena, signo premonitorio de la cruz que se está acercando, donde su hacerse pobre para enriquecernos alcanzará pleno cumplimiento (cf. 2 Cor 8,9).

También hoy reconocemos que es mucho el bien que se hace y que crece en todas las latitudes, en este reino en construcción, y reconocemos además la presencia de tanto dolor: una aflicción que, muchas veces, es consecuencia directa de nuestro modo de ser y de actuar dentro de la familia humana.

Estamos llamados a abrir nuestros ojos y nuestros corazones al modo de actuar de Dios que establece su reino según sus caminos. Al sintonizarnos con su modo de ser y actuar, colaboramos con él, como obreros en su viña. De otro modo, deja de ser «de Dios» y se convierte solo en obra nuestra.

La apertura universal que nos caracteriza como Familia Salesiana está en plena sintonía con el Evangelio del reino.

La Iglesia está compuesta en más del 99% por laicos. Los laicos son la masa además de la levadura del reino.

A veces nuestra contribución humana o nuestro pequeño esfuerzo pueden parecer insignificantes, pero siempre son preciosos ante Dios. No debemos ni podemos medir la eficacia o los resultados de nuestros esfuerzos calculando cuánto invertimos en ellos, el esfuerzo que requieren de nosotros, como si fueran los únicos factores que intervienen, ya que la razón y el motivo de todo es Dios. No nos dejemos llevar por excusas que paralizan la misión y la construcción del reino. Esto bloquea y paraliza.

Mirando la realidad con los «ojos» y el «corazón» de Dios, comprenderemos que pequeñez y humildad no significan debilidad e inercia. Es poco lo que podemos hacer frente a lo mucho que se requiere de nosotros. Sin embargo, nunca es «insuficiente» o irrelevante, porque es Dios quien nos hace crecer. Es la fuerza de Dios que viene en ayuda. Y es Dios quien, al final, acompaña nuestro compromiso, nuestro esfuerzo, nuestro ser pobre levadura en la masa. Con la condición de hacerlo todo y siempre en su nombre.

 

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
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