jovenes Los jóvenes dan sorpresas. Antes de cada Jornada Mundial de la Juventud los periodistas comienzan a dibujar el evento con trazos deprimentes: que los jóvenes de ahora han dado la espalda a Dios y a la religión.

Luego el evento los deja mudos. No entienden qué resorte empuja a millones de jóvenes de todo el mundo a celebrar juntos su fe cristiana con entusiasmo desbordante y una profundidad por la que pocos apostaban.

Las Jornadas Mundiales de la Juventud son testimonio elocuente de la búsqueda intensa de espiritualidad que anida en los corazones juveniles.


Algo parecido, aunque a escala proporcional, se constata en los encuentros masivos de Taizé, o en eventos nacionales o diocesanos.
Los jóvenes vibran ante el Evangelio, cuando el Evangelio les es presentado en su dimensión genuina. Se entusiasman por Cristo. Saben combinar fe y alegría, fidelidad y creatividad, fiesta e intimidad.

De forma menos clamorosa, son muchos los jóvenes que asumen servicios pastorales o sociales de fuerte empeño.

En nuestros ambientes salesianos bullen los grupos y movimientos juveniles. Desde los pequeñines hasta los universitarios se congregan sistemáticamente para recorrer juntos un itinerario de descubrimiento de Cristo. Hay que asomarse cuando ellos están reunidos para que nos contagie su alegría expansiva, que espabila nuestra esperanza.

No es justo asumir actitudes derrotistas frente a los jóvenes de hoy. Es verdad que grupos desorientados se empantanan en la droga, el sexo y la disipación y la irresponsabilidad. Pero está la otra cara de la moneda: jóvenes empeñados en construir una personalidad fuerte, luminosa, anclada en Cristo y proyectada al servicio de los más débiles. Y no son pocos.

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