Para san Juan Bosco la muerte fue una realidad presente a lo largo de su vida: la muerte de su padre cuando Juanito tenía 2 años, la de su mentor don Calosso, de su amigo de seminario Luis Comollo, de alumnos suyos como Domingo Savio o Miguel Magone, o incluso la misma muerte de su madre Margarita. Las condiciones laborales y de salud de su tiempo hacían que la muerte estuviera cerca de toda persona en todo momento.
Entre sus muchos escritos, encontramos dos cartas que el santo escribió para consolar y animar a dos personas que habían perdido a un ser querido: la marquesa Carmen María Gondi, que meses antes había enviudado, y el joven Riccardo Fortis, consolándolo por la muerte de su padre.
En ambos escritos se pueden identificar dos aspectos que quien ha perdido a un ser querido debe considerar. En primer lugar, la realidad de la muerte debe hacer que, tanto la marquesa Gondi como el joven Fortis, consideren la promesa de Jesús en el Paraíso. Tener contacto con la muerte es tener la convicción de que, desde la fe, esta persona se encuentra gozando eternamente del Paraíso.
A la marquesa Gondi le recuerda que el cariño que su esposo le tiene es ahora más grande y auténtico, porque se ha encontrado con aquél que es el Amor, se ha encontrado con el Señor en el Paraíso. A Fortis le dice que, como cristianos, la muerte nos abre a la esperanza de un reencuentro con aquellos que nos han precedido, a quienes encontraremos en un estado mucho mejor.
Don Bosco proponía esta realidad a sus jóvenes hablándoles del “premio”, es decir la recompensa que el Señor le da a quienes en esta vida lo han amado a través del servicio a los demás, especialmente a los mismos amigos y compañeros.
Pero un premio debe ganarse, y es acá donde entra el segundo aspecto que Don Bosco presenta en estas cartas: la invitación a crecer en la oración y en la caridad. A ambos, el santo les recomienda que continúen a rezar por el eterno descanso de sus seres queridos, no tanto como una terapia para sanar el dolor, sino para evidenciar que, a pesar de la muerte, se puede seguir estando unidos a estas personas. Pero esta vida de oración debe llevar al cristiano a vivir esta identidad a través de las obras de caridad.
A la marquesa la anima a intensificar su caridad hacia los más pobres, imitando la vida de tantas mujeres en la historia que, luego de la muerte de sus esposos, se dedicaron al servicio y alcanzaron la santidad. Gracias a las obras de caridad, la marquesa podría obtener el premio del Paraíso y reunirse de nuevo con su esposo. A Riccardo Fortis, en cambio, le recomienda que, junto con su hermano, practique la caridad principalmente con su madre, estando presentes y consolándola.
Don Bosco escribe en las Memorias del Oratorio que su primer recuerdo era la muerte de su padre. A partir de este hecho el resto de este escrito autobiográfico se va desarrollando, alcanzando magnitudes inimaginables para aquel pequeño campesino de dos años.
La muerte del padre no fue para Don Bosco un motivo de desolación y depresión. Aunque haya sido doloroso, Juan descubrió en este dolor la oportunidad de desarrollar su caridad hacia los demás, especialmente de aquellos que, como él, habían sufrido la muerte de un ser querido. Gracias a la muerte del padre, Juan Bosco pudo descubrir la misión que Dios le encomendaba: de ser huérfano a ser padre de muchos jóvenes.