Foto: Andrew Martin El pensamiento único es la plaga general de nuestra sociedad. Todo el mundo cae en la trampa, con muy pocas excepciones que sólo confirman la regla.


El conformismo y el oportunismo van de la mano. ¡Estar en el lado correcto en el momento adecuado es lo que cuenta! Ser tú mismo, pensar de forma diferente no te lleva lejos. ¿Quieres tener una carrera? ¿Quieres tener a tus familiares, vecinos y colegas de tu lado? Piensa, habla y actúa como ellos. ¿Y qué hay de la coherencia contigo mismo, con tu conciencia? La coherencia es la virtud de los imbéciles, de los tontos.

¿Y la conciencia? Es sólo una cuestión de “sano realismo”. El famoso político y diplomático francés Charles-Maurice de Talleyrand construyó su fortuna gracias al oportunismo y la oportunidad. Primero fue un hombre de la Revolución y luego de la Restauración. Primer ministro de Napoleón y luego de los Borbones. Un ejemplo cínico de “sano realismo” imitado por bastantes aún hoy, ¡y no sólo por los políticos! Que esta adaptación amoral es un vicio, y además tan antiguo como el propio hombre, es más que evidente. ¿Dónde se esconde entonces la novedad, hasta el punto de ocupar el segundo lugar en la lista de nuevos vicios?.

El nuevo conformismo
La novedad se encuentra en nuestro mundo dominado por la tecnología y la economía. Puede ser exagerado hablar de nuevo vicio, pero no es equivocación cuando se dice que el conformismo es lo que hace funcionar nuestro sistema tecnológico y económico.

Todos, en mayor o menor medida, nos ajustamos a este sistema de vida. Al fin y al cabo, ¿cómo no adaptarse a sus normas, prácticas y exigencias? Nadie nos los impone. Son tan evidentes en cualquier parte del mundo. ¿Por qué el nuevo conformismo que estandariza todo y a todos es un vicio? Porque estandariza a todo el mundo en un único pensamiento, un único sentimiento, un único estilo de vida.

Además, nos da la ilusión de ser uno mismo, de ser libre, sólo porque se da la posibilidad de elegir entre mil modelos la camiseta o los zapatos que están más de moda. El proceso de normalización fracasaría si no tuviera un formidable aliado en los medios de comunicación. Las redes sociales y los medios de comunicación son lugares de muchas voces, de muchas historias de vida. Pero básicamente todos dicen lo mismo, anulando progresivamente las diferencias culturales, religiosas y éticas que aún existen entre las personas.

Es como si estuviéramos inmersos en un “monólogo colectivo” que no comunica, sino que normaliza. Normaliza el pensamiento, el juicio moral y las elecciones. Es el triunfo de lo políticamente correcto. Por el contrario, la falta de homologación puede crear inadaptación social o, más sencillamente, complejos de inferioridad. Saber adaptarse al mundo cambiante es esencial para no quedarnos atrás mientras todo avanza. ¿Quién se atrevería hoy en día a cuestionar abiertamente la legitimidad de ciertas reivindicaciones de los colectivos gays? Sería un suicidio programado.

Un Papa valiente que diga que el problema del sida no puede resolverse sólo con el uso del preservativo es políticamente incorrecto y está fuera de lugar. ¿Imagina lo que pasaría si, en lugar de producir toneladas de preservativos, invirtiéramos en programas de educación, incluida la educación sexual? El sistema técnico productivo no puede tolerar a nadie que no esté alineado con el pensamiento único: sería su propia crisis.

¿Por qué la homologación es un vicio?
Porque reduce al hombre a una herramienta funcional del sistema. El conformista, al no tener más puntos de referencia que los que este mundo tecno-económico tolera y promueve, vive de acuerdo con las opiniones corrientes con la convicción de que siempre está en el lado “correcto”. Por eso el conformista contemporáneo es un ignorante.

Basándose en las opiniones de los medios de comunicación del día, “ignora” las complejidades de las situaciones y lanza frases de cajón: puras fotocopias de las últimas noticias. Basta con subirse al transporte público para someterse al profundo vacío del pensamiento único del día. ¿Pensar de forma diferente?

Es ciertamente difícil. Parece casi imposible. Ante la crisis generalizada de nuestro sistema, ¿está surgiendo una nueva forma de pensar, algo alternativa? Simplemente intentamos tapar los vacíos.

Es difícil desafiar la tendencia conformista. Sin embargo, no faltan los espíritus críticos o las voces proféticas que no están homologadas en absoluto. Ciertamente, les cuesta hacerse oír. Pero están ahí. Alguien escribió que la religión y la moral -obviamente católica- sólo crean conformistas. El riesgo está ahí. Sin embargo, si abres los ojos y el corazón, te darás cuenta de que la mayor libertad contra todo el conformismo de este mundo proviene del Evangelio.

También la moral cristiana -a pesar del coro uniforme de voces en contra- es una palabra que rompe y desafía los numerosos pensamientos únicos de nuestro tiempo. Hoy, la palabra libre y exigente del Evangelio es quizá la única voz verdaderamente inconformista. La propia Iglesia católica -aún con toda la maldad que la aqueja en los últimos años- es la voz crítica de un sistema que aplana las conciencias y absorbe y estandariza todo. ¿Exageraciones? Contra la asfixia del pensamiento uniformado, ¿existe una palabra más eficaz?

Este artículo está en:

Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 255 Enero Febrero 2022

Recibir notificaciones de nuevos lanzamientos:

Suscribirse

 

Leer más artículos:

 

 

Compartir